La violenta muerte
de Coazinho

Hermano Pablo
Una multitud
encolerizada, con furia compuesta de frustración, abandono,
pobreza y ansias de algún desquite, perseguía a
Coazinho. Y Coazinho, muchacho de diecisiete años, de
los arrabales de Río de Janeiro, a su vez corría
procurando salvar su vida. Pero lo alcanzaron.
La turba furiosa lo ató a un árbol, le clavó
dos hierros en el vientre, puso un cartucho de dinamita entre
los hierros y prendió fuego a la mecha. Así fue
como Coazinho, apenas un muchachón con historia de robos,
asaltos, muertes y violaciones, murió de un modo violento.
Esa es una de las muertes más violentas que le puede ocurrir
a un hombre: morir dinamitado.
He aquí una historia triste, producida por una sociedad
triste, en medio de una época y mundo que poco sabe de
alegrías. Coazinho, cuyo verdadero nombre se desconoce,
nació y fue criado en medio de la misma violencia que
lo mató.
Hijo de una mujer de mala vida que lo dio a luz en un prostíbulo,
Coazinho no conoció padre, ni madre, ni hogar, ni escuela
ni iglesia. Se crió como pudo, recibiendo golpes, insultos,
malos tratos y desprecios. No conoció más escuela
que la calle, más iglesia que la taberna, más hogar
que el orfanato.
No bien había llegado a la adolescencia cuando salió
a vivir por su cuenta. Y vivió rodeado de la violencia
y el delito, sumido en la furia y el resentimiento. Falto de
educación formal y moral, los bajos instintos del hombre
hicieron presa permanente de él.
Un día en que le robó la cartera a un hombre,
colmó la copa de sus maldades, según juzgaron los
vecinos. Así que lo persiguieron, lo alcanzaron, lo ataron
a un árbol y lo dinamitaron por la mitad. A juicio de
ellos, una vida que nunca había conocido más que
la violencia debía terminar en forma violenta.
Es fácil comentar el caso y emitir palabras cargadas
de sentimiento. ¡Pobre Coazinho! ¿Por qué
tuvo que terminar de ese modo? Si hubiera sido hijo de la mayoría
de nosotros, habría sido otro su destino.
La violencia que tanto perjudica a los niños y a los
adolescentes no se encuentra sólo en las calles, en las
tabernas, en las casas de vicio. Puede estar también en
hogares respetables. Por eso mismo nos conviene invitar a Cristo
a vivir en nuestro hogar hoy mismo. Porque sólo Cristo
puede librarnos de la violencia que producen los Coazinhos.
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