Ir a los campos de nuestro interior, es encontrarse con gente que vive en las garras de la miseria y pobreza. Gente que si acaso, comen una o dos veces al día. Sus viviendas son precarias, frágiles, inestables, inseguras, no importa cómo las quiera llamar. Las construyen con tierra, bambú y pencas de palma real, elementos que les proporciona su medio ambiente; porque el cemento, bloques, acero y zinc, son “aristocráticos” para esta gente.
Pasaron los gobiernos, y nunca les llegó un PARVIS a esta gente. ¿Acaso la cantidad de votos de esa familia fue insignificante para los candidatos anteriores? ¿Hoy que ayuda les brinda el Ministerio de Vivienda (MIVI); o el Ministerio de Desarrollo Social a los panameños y panameñas que viven en estas condiciones?
Este tipo de vivienda de nuestros interioranos, además de ser inseguras, no son íntimas, ya que el padre y la madre mantienen sus relaciones maritales sin privacidad y a la escucha y vista de sus hijos. Y algo contradictorio, son precisamente esta gente las que se llenan de hijos, para luego pasar aún más problemas en su crianza por la pobreza extrema. Aunque la imagen que hoy presentamos de esta familia de las montañas de Herrera no tiene que ver con el comentario final de esta nota, situaciones como ésta, de la falta de viviendas dignas a nuestros campesinos, han hecho que hermanos y hermanas se junten para tener hijos; y casos también de padres con sus hijas.