"Cría fama y acuéstate a dormir". Ese es un refrán muy repetido, y también uno que algunos siguen al pie de la letra.
Cuando uno logra cierto nivel de reconocimiento personal, profesional o social, quienes nos rodean comienzan a vernos diferente, ya sea para bien o para mal. Independientemente de eso, cuando llegamos a escalar un nivel, esto también implica nuevas y mayores responsabilidades para nosotros. Significa que de ahora en adelante se espera más de uno.
Aquí es el punto en el cual algunos -quienes en sus inicios profesionales se partieron el lomo- toman la triste decisión de activarse en modo de "piloto automático", y a darle todo el trabajo a sus subalternos, echándose fresco en el proceso.
Hablamos de aquellos que al llegar a posiciones de jerarquía en una organización, dejan de producir por sí mismos, y se montan sobre los lomos de los empleados, exigiendo y regañando a diestra y siniestra, como diciendo para sus adentros "ahora me toca a mí". En vez de conducirse bajo el concepto de que ellos trabajan con su equipo, lo hacen pensando que el equipo trabaja para ellos.
No importa que tengas un currículum envidiable, ni fama, ni reconocimiento, si al final te dedicas sólo a mandar, mandar, mandar, pero no te molestas en mover un sólo dedo para acercarte a tus subalternos y guiarlos, orientarlos y enseñarles sobre cómo hacer mejor su trabajo.
Estas unidades no pueden ni siquiera esperar que se pueda inculcar una cultura de trabajo entre los empleados, si no predican con el ejemplo.
A pesar de que tienen el conocimiento, la experiencia y el talento para mejorar ellos y sus subalternos, se portan como divas, culpando a los de abajo por todo lo que sale mal. Sólo toma un poco de memoria poder cambiar esto; recodar cómo era todo cuando era un soldado raso, y enseñale esa mística al resto.