MENSAJE
De Nuestro puño y letra
- Carlos rey
-
- Manzanas Podridas
Un cierto avaro compró
de manzanas dos o un ciento
y en un oscuro aposento
de todos las escondió.
El avaro cada día
las manzanas visitaba:
si alguna podrida hallaba,
suspirando la comía.
Su hijo que, según se piensa,
radiaba el pobre de hambriento,
descubrió con gran contento
de su padre la despensa.
La llave, pues, le quitó:
abre el cuarto, y entra ansioso,
Y su diente vigoroso
en las manzanas cebó.
En esto su padre entró,
y como le halló comiendo,
"¡Ah, bribón! ¿Qué estás haciendo?",
furioso le preguntó.
"Si no me entregas, mal hijo,
las manzanas, te hago ahorcar."
Sin suspender el mascar,
el bribonzuelo le dijo:
"Yo muy bien he procedido;
ningún daño os he causado:
las podridas he dejado, y las buenas he comido."
En esta imitación de Florían que hace el poeta cubano José
María Heredia, el avaro que compró las manzanas y las escondió
pronto aprendió que Dios las creó para que el hombre las comiera;
de lo contrario, se pudren. Para mantener oculto su plan egoísta
de guardarlas para sí y no compartirlas con nadie, tuvo que comerse
las que se iban pudriendo, no fuera que el olor de ellas lo delatara. Su
hijo le sacó la partida cuando descubrió el escondite de las
manzanas y comenzó a comerse las buenas. Aun cuando el padre acaparador
lo pescó en el acto y quiso condenarlo sin piedad, el hijo tenía
toda la razón al contestarle tranquilamente que no estaba sino haciéndole
el favor de comerse las buenas antes que se prudieran. Así su padre
mezquino no tendría que pasar el suplicio de comerse esas mismas
manzanas cuando estuvieran podridas. Definitivamente a ese padre avaro "le
salió el tiró por la culata".
La moraleja de ese cuento en verso se halla en esta estrofa del poema
jocoso del mismo autor titulado LE CAYO LA LOTERIA:
- Al avaro que el talego
debajo de tierra esconde,
y se lo roban de donde
enterrado lo tenía,
le cayó la lotería.
Aquí la expresión "le cayó la lotería"
significa todo lo contrario a "se ganó la lotería".
Tal vez haya influido en Heredia la enseñanza de San Pablo de que
por la avaricia, que es idolatría, viene el castigo de Dios. El avaro
es idólatra porque adora sus posesiones. Y el único digno
de nuestra adoración es Dios. No es de extrañarse entonces
que el ápostol Pablo también asevere que "ni los ladrones
ni los avaros... heredarán el reino de Dios." Es decir, tanto
al ladrón del cuento como a su miserable víctima les espera
el mismo fin. Más vale que adoremos únicamente a Dios, dándole
oportunidad a su hijo Jesucristo a que reine en nuestro corazón en
lugar de las cosas de este mundo. Sólo así podremos asegurar
la entrada en el reino de los cielos.


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