La diosa de la fortuna, que durante los sorteos entra el ánfora y remueve las balotas de marfil, ayudando a muchos jugadores de chances y billetes a salir de la pobreza como por arte de magia, debe estar muy afligida. Eso de que alguien meta la mano en la caja de la Lotería Nacional y saque dinero sin haber jugado siquiera un pedacito de chance, está muy mal.
A esas conclusiones llegué conversando con una señora sentada a mi lado en el bus de Panamá-La Chorrera. Es más, me dijo la dama en cuestión, ¿no cree usted que es tremenda sinvergüenzura de semejantes mayuyones llenos de vida, robarle a una institución que invierte sus recursos en obras de caridad? Debieran cortarles las manos.
De los fondos de la lotería, según he escuchado, salen las donaciones para comprarles comida, ropa y enseres a los orfanatos, casas cunas, sanatorios, hogares de ancianos, albergues para niños huérfanos y abandonados, y a otras instituciones de beneficencia pública, a donde llegan en busca de apoyo las personas más pobres de este país.
Sillas de ruedas para personas impedidas de caminar y valerse por sí mismas, audífonos especiales para enfermos de sordera, lentes y tantos otros aparatos médicos que requiere la gente para superar sus traumas y malestares, son regalados gratuitamente por la Lotería Nacional de Beneficencia, le expliqué a la señora, que ya comenzaba a quedarse dormida, porque el bus se había detenido debido al tranque mañanero, que antes se iniciaba frente a El Carrizal y ahora llega hasta el puente de Vacamonte, en la autopista.
Ni que el tipo ese que metió las manos en la caja y salió huyendo fuera Bim Laden, me comentó entre dormida y despierta la dama del bus. ¿Usted cree que un jefecillo con salario de cuatrocientos dólares se le haya perdido a la policía y obligado a la ley a pagar anuncios de cuarto de página en los periódicos y pantalla completa en la televisión, como si fuera un hampón profesional? ¡Cuento!, me dijo. |