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A partir de 1996, los talibán dieron a conocer su deseo de convertirse en los únicos dirigentes de Afganistán, sin la participación de otros grupos.  |
Afganistán tiene 31 provincias (wilayat), al frente de cada una de las cuales hay un gobernador (wali). Cada provincia se divide en distritos (uluswali) y subdistritos (alaqdari). Kabul está dividida en karts y subdividida en distritos más pequeños llamados nahia.
Si hubo un solo motivo de ánimo y esperanza de paz para los afganos de a pie después de que los talibán se hicieran con el poder, fue el hecho de que gobernaban mediante una dirección política colectiva, que era consultiva y buscaba el consenso, en lugar del dominio de una sola persona.
La shura talibán en Kandahar afirmaba que seguía el primitivo modelo islámico, en el que tras la discusión se establecía un consenso entre «los creyentes», y se consideraba importante que los dirigentes fuesen sensibles y accesibles al público.
Muchos afganos también estaban impresionados porque, al principio, los talibán no exigieron el poder para ellos, sino que insistieron en que estaban restaurando la ley y el orden y que entregarían el poder a un gobierno formado por «buenos musulmanes». Sin embargo, entre 1994 y la toma de Kabul en 1996, la postura de los talibán cambió por completo y se volvieron sumamente centralistas, sigilosos, dictatoriales e inaccesibles.
Sostenían que la diversidad étnica del país tenía una representación suficiente en el mismo movimiento talibán, y para demostrarlo se lanzaron a conquistar el resto del país.
Los talibán crearon en última instancia una sociedad secreta dirigida principalmente por kandaharis y de un talante tan misterioso, oculto y dictatorial como los Jémeres Rojos de Camboya o el Irak de Saddam Hussein.
Sin embargo, los poderes políticos de los gobernadores talibán se han visto considerablemente reducidos. La escasez de fondos a su disposición, su incapacidad de llevar a cabo un desarrollo económico serio o de rehabilitar a los refugiados que regresaban de Paquistán e Irán daba a los gobernadores incluso menos papel político, económico o social. El mulá Omar también ha ejercido el control de los gobernadores y no les ha permitido formar una base de poder local. Los ha cambiado constantemente de lugar y enviado de nuevo al frente de combate como jefes militares.
Aparte del reclutamiento general impuesto por los talibán, los jefes individuales de zonas pashtunes determinadas son responsables de reclutar a los hombres, de pagarles y ocuparse de sus necesidades mientras prestan servicio. La shura militar les proporciona los recursos para hacerlo: el dinero, el combustible, los alimentos, el transporte, las armas y las municiones. Hay un trasiego constante de familiares que se intercambian en el frente, pues se permite a los soldados pasar largos períodos en sus casas.
El ejército regular talibán nunca ha contado con más de 25,000 o 30,000 hombres, si bien estas cifras podrían aumentar con rapidez antes de nuevas ofensivas. Al mismo tiempo, los alumnos de las madrasas paquistaníes, que en 1999 constituían cerca del 30 % del potencial humano militar de los talibán, también servían durante breves períodos antes de regresar a sus casas y enviar a nuevos reclutas. Sin embargo, este estilo azaroso de alistamiento, que tanto contrasta con los 12,000 o 15,000 soldados regulares de Masud, no permite la creación de un ejército regular y disciplinado.
Lo cierto es que los soldados talibán se asemejan a una lashkar, o milicia tribal tradicional, cuyos antecedentes históricos entre las tribus pashtunes tienen una considerable antigüedad. La lashkar siempre se ha movilizado con rapidez por orden del monarca o para defender un territorio tribal e intervenir en hostilidades locales. Quienes se unían a la lashkar eran estrictamente voluntarios a quienes no se les pagaba salario alguno, pero que compartían el botín tomado al enemigo. Sin embargo, las tropas talibán tenían prohibido el saqueo y en el período inicial fueron notablemente disciplinadas cuando ocupaban nuevas ciudades, aunque esto terminó en 1997 tras la derrota de Mazar.
La mayoría de los luchadores talibán no perciben salario y corresponde al jefe pagar a los hombres una suma de dinero apropiada cuando van de permiso a sus casas. Quienes cobran un salario regular son los soldados profesionales entrenados extraídos del antiguo ejército comunista. Esos pashtunes tanquistas, artilleros, pilotos y mecánicos luchan en realidad como mercenarios, pues han servido en los ejércitos de quienquiera que domina Kabul.
La ética laboral de los talibán en los ministerios es indescriptible. Por muy grave que sea la crisis militar o política, las oficinas del gobierno en Kabul y Kandahar sólo están abiertas cuatro horas al día, de ocho de la mañana a mediodía. Entonces los talibán se dispersan para dedicarse a la oración y hacer una larga siesta. |