CUARTILLAS
Homenaje

Milcíades A. Ortiz Jr.
Faltaban justamente siete días
para el referéndum y esa noche hice la promesa de no hablar de política
en el matrimonio de mi sobrina Yakima.
Al ver llegar al escultor, pintor y cuentista Carlos Arboleda a la Iglesia,
sentí complejo de culpa por no haberle dado antes el pésame
por la desaparición de su compañera Renata.
Ellos eran una pareja de constraste: ella, una distinguida médica
de la antigua Zona del Canal, científica, con mente que dudaba de
todo. El, un artista sumamente sensible, que ve el mundo con ojos diferentes
al común de los mortales.
Sin embargo, vivieron más de treinta años juntos. "Ella
era mi consejera, influía mucho en mí", me dijo Arboleda
con voz adolorida de quien todavía no se resigna ante lo inevitable.
Luego en la fiesta matrimonial nos sentamos juntos y pasamos una hermosa
velada, donde jamás apareció nada de política criolla.
Hablamos de arte y recorrimos más de treinta años de amistad
sincera.
Recuerdo a comienzos de los años sesenta cuando Carlos Arboleda
regresó a Panamá, lleno de premios ganados en Europa en certámenes
donde participaron los mejores escultores del momento.
En lugar de quedarse allá, en la "cuna del arte", luego
de estudios en Italia y España, el sencillo hijo de Chilibre regresa
a su patria panameña a luchar por desarrollar el arte en este "desierto
cultural" (como me dijo una vez el músico Roque Cordero).
Mi hermano Orlando fue su alumno de escultura. Así conocí
las luchas y sueños de este sencillo artista panameño. En
ese momento era estudiante de Periodismo, y realicé varias entrevistas
y artículos para resaltar su obra.
En un destartalado salón del Artes y Oficios, Arboleda enseñaba
escultura y difundía sus sueños entre los ávidos alumnos,
hoy convertidos varios de ellos en conocidos artistas.
Arboleda tuvo que enfrentarse a la envidia, las trapisondas de otros
artistas que no querían que se desarrollara en este medio tan hostil
al arte.
Junto con el abogado-periodista Camilo Pérez, impulsó las
llamadas "noches negras" para promover el arte en el país.
Desde su refugio del Centro de Arte y Cultura poco a poco fue dejando sentir
su calidad artística.
La enorme cara de Einstein en Vía Argentina, el Cristo Chencherén
que nos saludaba al llegar en el Viejo aeropuerto de Tocumen, y la curiosa
escultura con material de desecho (reciclaje cultural) llamada El Grillo,
en Pueblo Nuevo, son unas cuantas de sus obras que ven los panameños
todos los días.
Ahora Arboleda disfruta de su jubilación y tiene la mente llena
de proyectos y sueños. Incursionó con éxito en la pintura
luego de ganar honores en la escultura. También demostró ser
un cuentista galardonado con premios, aunque "esa no es mi trabajo",
como me dijo esa noche del sábado veintidós de agosto.
Acaba de hacer una escultura para la compañía COPA que
se pondrá en el aeropuerto de David. Está ampliando su estudio
en Río Abajo, y pronto publicará su segundo "cuaderno",
libro con parte de sus obras.
Piensa crear el Museo Carlos Arboleda, para dejarlo a las nuevas generaciones
de artistas panameños.
A veces en mis clases de Periodismo menciono a Carlos Arboleda, como
ejemplo de que los artistas ven las cosas de manera distinta a los demás.
Subrayo que una pintura, una escultura, un cuento, etc., son un "mensaje"
que envía el artista al público, que a veces no lo entiende
de manera adecuada.
Carlos Arboleda está lleno de vida y sueños y considero
que es el momento más adecuado para que las autoridades culturales
del país le hagan un homenaje nacional.
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