MENSAJE
El primer golpe de su vida
Hermano Pablo
Costa Mesa, California
La sala de maternidad en ese
hospital de Edmonton, Canadá, lucía impecable. Paredes blancas,
sábanas limpias, enfermeras solícitas y médicos expertos.
Sara Sylvester, de 24 años, lista para dar a luz, esperaba confiada.
"Todavía tienes media hora -dijo el doctor-. Vuelvo dentro
de un momento". Pero a los dos minutos el bebé nació.
Y nació tan rápido y con tanta fuerza, expelido del vientre
como un tapón de champagne, que se salió de la camilla y cayó
al suelo. "Bueno -dijo filosóficamente el doctor', que el chiquillo
aprenda que esta vida está llena de golpes". A los cinco días,
madre y niño salieron felices del hospital.
El doctor tenía razón. Esta vida está llena de golpes.
El ser humano recién nacido es como un automóvil nuevo. Luce
hermoso, con su pintura reluciente, sus cromos brillantes, su tapizado impecable,
su motor funcionando a la perfección, silenciosa y suavemente. Pero
van pasando los años, y el hermoso auto último modelo comienza
a recibir golpes y rayaduras. El carter pierde aceite, el radiador se tapona,
el tapizado se deshace, la pintura se vuelve un desastre, la transmisión
falla y el embrague patina. El hermoso coche, que era nuevo pocos años
atrás, es ahora una ruina.
Eso mismo pasa con el ser humano. Nace bonito y hermoso, con todos sus
órganos perfectos. Pero pasan los años, y los golpes físicos
y morales que da la vida, van estropeando todo: alma, cuerpo, corazón,
sentimientos, conciencia. Y aquel bebé que salió perfecto
del vientre de la madre es ahora una farmacia andante, un hospital en miniatura,
un consultorio psiquiátrico.
Estos son los golpes que nos proporciona la vida: aquí una enfermedad
por una infección fulminante; allá un dolor moral por algún
fracaso, alguna desilusión. Y el cuerpo y el alma del hombre se van
resintiendo, van perdiendo salud, fuerza y elasticidad. Y así como
pasa con el auto viejo, también pasa con el hombre: hay que llevarlo
al cementerio.
Dios no quiere que el cementerio sea el destino del hombre. Por eso ofrece
en Cristo una vida nueva, realmente nueva para vivirla aquí y ahora,
libre de miserias y derrotas. Y luego, para después nos ofrece una
vida de calidad, eterna, para disfrutarla con Cristo para siempre.


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