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Premiar la gloria

Fermín Agudo A. | Colaborador

He tenido en mi vida un gran maestro, el periodista Manuel Celestino González, "Gonzalito", (q.e.p d) que sin ser pulido en los claustros universitarios, ha sido, sin lugar a dudas, una de las mejores plumas con que ha contado el escenario nacional en fusión con la profundidad de su verbo melifluo y contagioso. Defensor auténtico e incondicional de aquellos que llenan el estómago de piltrafas para engañar al hambre.

La prueba de nuestra evidente deshonra es la de quitarle al hambriento el pan, aplicando los altos precios sin escrúpulos en todos los renglones, y aquí no establezco excepción, para complacer con sueldos inconcebibles a los ahítos que necesitan poco o nada. Gonzalito se esforzó toda su vida en el empeño de sacar las masas bajas del regazo del pantano inmundo, trasladándolos a las capas medias donde fueron capaces de superar las dificultades que los urdían en las tretas anímicas, privándolos de salir del fango adquirido como herencia ancestral.

Fue el mejor orador natural que ha tenido la República, huérfano de los acicalamientos que prodigan los centros de estudios que dicen sostener la máxima en el cultivo de la agilidad de pensamiento. Muchas mentes al nacer ya vienen equipadas, tal es el caso del genio que busca en el equilibrio su propio aislamiento, fuera de todo círculo cansón y mediano. Siempre lo recuerdo logrando acariciar el momento en que debo divisar las ventanas del pasado, justo allí está, con su mirada serena y profunda, siguiendo el orden del comportamiento y probidad inculcada en los discípulos que aún vivimos.

Al pueblo le importa poco con las hazañas que ejecuten sus prohombres, cundo no poseen madurez suficiente, razón para ser olvidados con rapidez. No abrigo ideología extraña por la que me puedan conculcar, tampoco de política criolla objeto de condenar, pues la estructura de mi cuerpo no vino acondicionada para la práctica de las genuflexiones oficiosas y menospreciables que se ofrendan comúnmente en nuestro diario vivir. Defender al que sufre no es un pecado, para ello, hizo acto de presencia Jesucristo en este mundo terrenal. ¡Jamás he aplaudido al opresor del vencido!



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