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Tras la invasión del ejército estadounidense a nuestro país, se desmanteló un sistema que tuvo sus flaquezas, sus errores y muchas cosas que se podrían enumerar, sin embargo, la pasión del momento nos hizo olvidar la terrible verdad, una fuerza pública sin los debidos elementos puede propiciar un predominio del hampa.
Hoy, esas debilidades han sido aprovechadas por la delincuencia y los tres gobiernos democráticos sucesivos han hecho grandes esfuerzos para aplicar los correctivos, pero mientras esto ocurre, los malvados avanzan y ganan territorio.
En varias oportunidades los estamentos de seguridad nacional han aceptado que hay corrupción entre sus unidades y, consecuentemente, las depuraciones están a la orden del día, creando la percepción de que los malhechores han ganado más espacio del que pensamos.
Esta situación a lo interno de las instituciones de seguridad pública nos podría llevar a la conclusión, que el hampa no sólo domina las calles, que es el patrón común, sino que ahora ha logrado en forma profunda penetrar a las propias autoridades que tienen que combatirla.
Frente a esta situación deben revisarse varias cosas, la preparación de las unidades, las condiciones que se les ofrecen, los incentivos obtenidos y la propia mística que se les está inculcando en su desempeño. Quienes tienen que velar por los ciudadanos deben tener un concepto de amor, lealtad y riesgo en beneficio de la sociedad.
No podemos negar que en el pasado, los bandidos tenían su límite, tenían cuidado y respeto por los representantes de la ley, quizás por los métodos que aplicaban en muchas casos al margen de las normas jurídicas, siendo lo importante poder combinar el respeto a los derechos humanos, sin mostrar debilidad ante la represión al delito.
Tenemos la impresión que la delincuencia ha logrado penetrar la conciencia de nuestros guardianes y contra esto se necesita una gran coalición de sectores gubernamentales y de la sociedad civil para contener su avance. |
