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Lunes 16 de agosto de 1999


MENSAJE
Rescate y vuelta a la vida

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Hermano Pablo
Costa Mesa, California

Un domingo, cuando la familia Desmore terminaba su frío paseo a la isla Kodiak y su pequeña embarcación los llevaba de regreso a la Bahía Larson en Alaska, sufrieron un percance. El barco se hundió con Misty (de tres años), una prima, su madre y su abuelo.

Los guardacostas pudieron salvar a la madre de Misty y a la prima de la niña, pero el abuelo, Archie, de cincuenta años, murió de hipotermia.

Las esperanzas de los esforzados guardacostas no eran muy alentadoras en cuanto a la pequeña Misty, a quien no encontraban, y el tiempo transcurría en forma amenazante. Por fin hallaron a la niña, que flotaba boca abajo en las gélidas aguas del Pacífico Norte. Misty había dejado de respirar hacía casi cuarenta minutos.

El doctor Marty, médico de los guardacostas, personalmente succionó casi un litro de agua marina salobre de los pulmones de la niña. En unión de su ayudante, le aplicó continuamente la respiración artificial.

Misty fue rescatada y resucitada casi milagrosamente, y recibió cuidados intensivos en el Hospital Providence de Anchorage.

Es asombroso el increíble rescate y la milagrosa vuelta a la vida de una pequeña de tres años que prácticamente estuvo muerta a merced de las frías aguas del Pacífico.

Así como Misty flotaba sin ninguna esperanza, el hombre actual se encuentra vagando en un frío océano, ahogado por la culpa de sus faltas. Por sus propios medios jamás va a encontrar la salvación. Pero el Creador del hombre es quien inicia el rescate. Jesucristo vino para pagar el precio de la culpa humana y quitarnos la carga que nos mantenía muertos en nuestros propios delitos. Al igual que el médico de los guardacostas que aplicó respiración artificial a la pequeña Misty, Cristo nos llena de su aliento divino —el Espíritu Santo— para que volvamos a la vida, a una existencia con sentido, llena de su cuidado y de su amor.

Si sentimos que ya no podemos respirar libremente, que estamos muertos en el interior, y reconocemos que el rescate sólo puede venir de Dios, es hora de que se produzca una verdadera y milagrosa resurrección en nuestra vida.

El Hijo de Dios vino para dar su vida como precio por nuestra libertad. Aceptemos el perdón que nos ofrece y el aliento de vida eterna.

 

 

 

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