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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
Proliferación de mendigos

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Santos Herrera

El escritor norteamericano Ernesto Hemingway, pone en boca de uno de los principales protagonistas de la muy conocida obra "El Viejo y el Mar", la siguiente expresión: "El que empieza pidiendo favores, termina pidiendo limosna". De esa manera, plasma el premio Nóbel, en sólo ocho palabras, lo doloroso, lo inhumano, lo denigrante, que es para un semejante dentro de la escala de valores, el solicitar una limosna. También nos quiere decir que el hombre dentro de la sociedad debe gozar de todas las oportunidades, para forjar su vida con su propio trabajo y esfuerzo. Que el sustento de él y de su familia, debe depender única y exclusivamente de su labor diaria, por más humilde e insignificante que sea, siempre y cuando la misma no ofenda los más elementales sentimientos de la honra del ser humano.

Estas reflexiones se fundamentan en el hecho cierto de que la mendicidad se ha adueñado de las calles, las esquinas, los cafés y restaurantes de la ciudad de Chitré. Y la mano temblorosa que se extiende, solicitando en nombre de Dios una limosna, tiene todas las edades, todos los colores y ambos sexos. Son gente que tienen el mismo rostro, la misma voz y el mismo tormento. Cada uno de ellos lleva una pesada cruz, que lo hunde en el fango de la desvergüenza, que los humilla en tal forma, que cada vez que solicitan una limosna van perdiendo un pedazo de su ser como personas.

En realidad, esta actividad ofende el principio de la dignidad humana. Ninguna persona ha venido al mundo para pedir limosna, ni tampoco nadie quiere hacerlo. Muy por el contrario, el hombre como la mujer, desde el momento de su nacimiento, adquieren una serie de derechos inalienables que deben garantizarles una existencia digna, con decoro. Una vida de respeto en la cual de le considere como un ser humano. Entonces, ¿Por qué tantos mendigos por nuestras calles? ¿Son ellos los responsables de su propia suerte? Consideramos que nadie desea tener como ocupación o como medio de vivir, la más humillante de las actividades como lo es la de pedir limosna. La única culpable es nuestra propia sociedad que se ha deshumanizado; que ha permitido una desproporcionada distribución de la riqueza; que clasifica a dos clases de hombres: los que comen pan y los que no comen; que ha establecido un sistema inmisericorde que ha trastocado los verdaderos valores, que tiene como su único Dios, al poderoso Caballero Don Dinero, que no respeta el honor de las personas; es la que alimenta a diario al interminable ejército de limosneros.

Sin embargo, la situación se hace más patética, más dolorosa, más ofensiva, cuando los que piden limosnas son unos niños. Chiquillos de cinco, siete, diez años, con rostros donde la anemia encontró guarida. Descalzos, y son hilachas las que cubren sus famélicos cuerpos. Infantes que no han aprendido a jugar, que no saben reír.

 

 

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