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Solución a los males físicos y morales

Hermano Pablo | Reverendo

A los catorce años había sufrido todas las enfermedades imaginables: mal de los riñones y del corazón, alta presión arterial, epilepsia, raquitismo. Carmelo, nacido en Nueva York de padres puertorriqueños, vivía amargado, iracundo y resentido. Jamás sonreía. Así era Carmelo, el joven de Nueva York.

Michael, a los catorce años, había cometido todos los delitos imaginables: vandalismo, robo de autos, asaltos y venta de drogas, e igual que Carmelo, nunca había aprendido a reír. Pero un día Michael decidió hacerse payaso. La decisión fue, por cierto, el resultado de una experiencia espiritual. Con sus bromas y su alegría quería ayudar a niños enfermos.

Michael conoció a Carmelo en el hospital donde éste se encontraba moribundo. Y Michael, el payaso cristiano, logró lo que nadie había logrado: hacer reír a Carmelo. Carmelo murió a los pocos meses, pero partió de esta vida contento y con paz en el corazón.

El pobre Carmelo nació bajo el signo de la enfermedad física. Michael nació bajo el signo de la enfermedad moral. Carmelo, a pesar de los cuidados médicos, se enfermó de todo. Michael, a pesar de la ley, cometió de todo. Pero una chispa divina inspiró a Michael, y decidió dedicar su vida a entretener a los niños en los hospitales.

Las enfermedades físicas y los males morales son dos malestares apocalípticos que plagan a la humanidad. Hospitales y cárceles certifican esta triste verdad. La ciencia y las autoridades luchan día y noche para conjurar el mal, y algo están logrando.

Pero el único que puede cambiar en un instante el alma amargada de un enfermo y el corazón iracundo de un delincuente es Cristo. Es que sólo Cristo, el Señor viviente, tiene la voluntad y el poder para cambiar al que acude a Él.

Sólo tenemos que reconocer sinceramente nuestra necesidad de Él. Si nos encontramos en el lecho del dolor, o si andamos en el camino del delito, Jesucristo siempre acude en auxilio de cualquiera que clama a Él de todo corazón.

"Al que a mí viene, no lo rechazo" (Juan 6: 37), son las amorosas y alentadoras palabras de Cristo. Él sólo espera que nos acerquemos con toda confianza.



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