El sistema social en que vivimos tiene a la mujer en el peor de los niveles de la clasificación de los seres: la considera una cosa. Por eso la usa como gancho para vender casi todos los productos, desde un gancho de pelo, hasta un detergente limpiador de pisos. Y las presenta casi siempre desnudas, aunque sus curvas y sus protuberancias no tengan nada que ver con el insecticida que motiva la cuña publicitaria.
Por eso también es que a las mujeres es que tientan para que se quiten la ropa en los bailes públicos, dándoles como premio apenas 20 dólares, o un tatuaje y, lo que es peor, una botella de licor.
Por eso también se les maltrata en la casa, se le consigna a un rincón donde no puede expresarse ni moverse, sin que como sanción le caiga una tunda de palos por parte del hombre que la domina.
Pero también le corresponde a la mujer darse a respetar. No puede ser que ellas mismas accedan a vender su cuerpo por unos cuantos reales, para salir en televisión o en un anuncio, o para treparse en una tarima donde se desviste a cambio de casi nada, muchas veces embriagada.
La mujer también debe ocupar su lugar. Los padres de familia deben enseñarle a sus hijas lo que es correcto, y lo que nuestra cultura -o lo que queda de ella- impone. Estas son las futuras madres de los panameños, y es urgente que se corrijan los rumbos. |