El monstruo bíblico descrito en el capítulo 41 del Libro de Job, conocido como Leviatán, ha vuelto a asomar su terrible y escamoso semblante y se apresta para acometer con su furia y antediluviano salvajismo, no sólo a la cabeza local de la Iglesia Católica, sino al propio Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, como resultado del acuerdo, denominado desde hace siglos Ordinariato Castrense, para reforzar el espíritu de los integrantes de nuestra Fuerza Pública y de todos los elementos de seguridad nacional.
La fuerza de este engendro luciferino parece haber logrado dominar a influyentes personalidades políticas e intelectuales panameñas, quienes han demostrado la fragilidad de su fe cristiana y a través de duras críticas han arremetido contra Su Santidad, atacando el Derecho Canónico y el propio dogma de la cristiandad católica.
Según estos profetas del tribulación y la oscuridad, la decisión del Vaticano y el gobierno de nuestro país tiene el sórdido propósito de sentar las bases de un nuevo aparato militar y hasta niegan la posibilidad de una conformación civil bajo un concepto laico liberal como expresión evidente de la separación de los asuntos de la Iglesia y el Estado.
Desconocen estos tétricos personajes que la religión Católica es la preponderante en Panamá y vierten con fiereza atrabiliaria su disimulada frustración contra la posición de nuestros líderes espirituales al punto de desconocer el papado del recientemente fallecido Papa Juan Pablo II, quien logró el acercamiento de las grandes religiones monoteístas del mundo. En esta época nadie aceptaría el sectarismo religioso y con este acuerdo se establece un compás para que todas los credos del país puedan llegar a los hombres y mujeres de uniforme sin obstáculos ni discriminación.
Parece ser que quienes atacan al catolicismo pretenden encontrar una excusa en la decisión del jerarca máximo de nuestra fe para dar rienda suelta a su tenebroso ateísmo, en una época donde lo más importante es el refuerzo de los valores humanos, el auge de la esperanza para enfrentar con dignidad y honor la expansión vertiginosa de la globalización, el materialismo y el fanatismo en todas sus manifestaciones.
Desconocen estos voceros de la oscuridad la historia del militarismo, cuya fuerza e imposición en nuestros destinos ha sido el resultado de las acciones de los políticos corruptos, de los delincuentes de saco y corbata, de los demagogos, de los ya desinflados sofistas que acceden a los estratos del poder a través de la charlatanería y el embuste.
Pretenden esparcir el tufo de la herejía, aciago ejemplo para nuestra juventud bombardeada de manera indiscriminada por elementos que distorsionan la realidad y acometen con encono el templo de la verdad y la solidaridad cristianas. Por eso, la Iglesia juega un papel transcendental en esta batalla por la paz y la seguridad social de nuestra Nación, como institución de solvencia moral sin vínculos con corporaciones políticas.
Estos infieles deben recordar la suerte corrida por aquel que en Panamá dijo: "Dios está en los cuarteles". Ha cargado una pesada cruz, ha transitado por el camino de la amargura y la pena, privado de la libertad por dejar en libertad al Leviatán de su soberbia. A los nuevos espantajos, tan sólo nos queda conminarlos al arrepentimiento. Están a tiempo de aplastar la semilla lanzada sobre esta tierra donde debe germinar la hermandad y la esperanza.