Después de un ratito traemos nuevamente en este espacio un tema de índole laboral y corporativo. Nos referimos al ejercicio de delegar, un verbo que no saben conjugar muy bien ciertas personas claves en las empresas, ya sean estas privadas o públicas.
En el ámbito gerencial, delegar es el efecto de transferir hacia niveles inferiores la autoridad conferida por las leyes (caso Estado) y los estatutos (en los casos privados).
La delegación debe ser manejada cuidadosamente, pues no es trivial. Es hacer que otros logren (o no logren) resultados exitosos. Hay que tener una medida y evitar la sobredelegación que hace que un gerente asigne más de lo razonable, ya sea sobrecargando a los empleados o gerentes de menor nivel, y quedando el delegador con poca carga de trabajo, ya sea asumiendo riesgos más allá de lo razonable. La idea no es lograr un desbalance a favor de nadie, ni aumentar los niveles de riesgo; sino lograr un equipo que permita asumir mayores retos y mejorar la competitividad. Un gerente no debe confundir delegación con "que otro haga mi trabajo".
En Panamá, hay muchas formas para calificar al jefe que no sabe delegar. Algunos lo llaman "pechugones", "tortugones" o simplemente "vivos".
Lo que un gerente puede esperar sobre la delegación debe estar relacionado con aspectos claramente discutidos con el subordinado.
Debe evitarse que el proceso de delegación se convierta en una aventura de final incierto. Hay que actuar sobre seguro, delegar en personas que tienen la capacidad
habilidad/formación para llevar a cabo la asignación; esto es, hay que seleccionar la gente adecuada para delegar en ella. Y si uno no cuenta con esa gente, hay que formarla: más vale delegar tarde que no delegar nunca. Comenzar a formar hoy la gente en la cual se va a delegar en el futuro.
Si nos rigiéramos sobre estas normas, todos los procesos de la compañías, cualquiera que sea su mercado, funcionaría totalmente engrasada en todas sus partes.