Habían pasado unas cuantas horas, cuando un pedante individuo, del grupo conversatorio por pasatiempo, pidió la palabra y dijo, es necesario cambiar de tema. La sorpresa llamó mucho la atención de los asistentes. Aquí les traigo, futuros diputados y profesores, el tema: La falta de carácter. Mucho podríamos decir de esta frase, pero lo que resta y no cabe en nuestro espacio lo puede comprobar el público, cuando uno de ustedes le dé rienda suelta a la lengua. Ahora mismo hay aquí ciertos "Doctus cum libro", es decir, sabio con el libro. Ser incapaz de crear, ni aún de juzgar nada por sí mismo; o sea, pasarse recitando lo que han leído en los libros o inducido por otro. Un epigrama (expresión satírica) expresa: Esos lucimientos son de otros talentos. Separamos cuál es el tuyo propio.
El hombre que carece de resolución, que no tiene carácter, ni energía ni voluntad, comete faltas y más faltas, alimentando su alma de pesar. El hombre será quizá inteligente y tendrá ingenio, pero su perspicacia no le sirve sino para hacerle ver cuán grande es su debilidad y cuán funestas son para él hasta sus buenas cualidades. Cede siempre, y no sabe siquiera oponer esa fuerza de inercia que está al alcance de todos; su costumbre de dejarse llevar, hace que resbale como por una pendiente suave, pero rápida a la vez.
Dígase bien, el hombre débil de carácter merece no pocas veces el amor o cuando menos el aprecio de muchos, pues suele poseer excelentes cualidades, pero le falta una sola cuya ausencia le hace objeto de desprecio; la voluntad que constituye y le hace la fuerza moral del hombre.
Feliz la persona joven que un padre pensador ha sabido precaver por medio, de observaciones que han quedado como grabadas en su mente y en su corazón, contra el enemigo de todo éxito y de toda dicha, cual es la irresolución e importancia de la voluntad, es decir, la falta de carácter.