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HOJA SUELTA
Padre AlejandroEduardo Soto Pimentel

Días como hoy lamento tener tan poco espacio para escribir.

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Eduardo Soto Pimentel
Crítica en Línea

Porque para mí hoy es el día de Chefa, mi madre, mi modelo, mi ídolo; y todo espacio se quedará pequeño para contar todo lo que le debo. Feliz día, mi amor.

Quisiera toda la tinta y el papel del mundo para hablar sobre mi padre, y la huella profunda e indolora que tengo en mi vida, desde que me dejó huérfano a los ocho años. Deseo espacios para Samuel Vásquez, el padre sustituto que me regaló Dios y que se me murió de cáncer hace poco.

También en días como hoy podría escribir millones de ideas sobre Aurelio Quintero Saavedra, mi suegro, un hombre que crió él solo cinco hijos sin quejarse nunca. No puedo evitar intimidarme cuando lo visito y se pone de pie junto a mí; me siento tan poca cosa al lado de ese campesino bueno y santo, quien supo ser papá y levantó con mano de hierro y alma de querubín una familia de 5 muchachos honestos y trabajadores.

Podría escribir sobre el sacerdote Javier Bárcenas, un cura de la congregación de la misión que me sacó de las calles cuando yo tenía 14 años, y me enseñó a encontrarme a mí mismo. Javi, te debo lo que soy.

Pero no tengo espacio, y también quisiera compartir con ustedes el cariño que le tengo al padre Alejandro Gouldbourne, párroco de Cristo Redentor en San Miguelito. Lo conocí cuando vestía de colorines y le fascinaba el baile. Era vendedor de discos, y acompañaba en todos sus toques en Panamá al Gran Combo de Puerto Rico, cuyos integrantes todavía conocen al cura como "Quique Maracas", por su talento con este instrumento y su don de bailarín.

Con él hice mis pininos como bebedor de cerveza y admirador de la salsa y el merengue. Me enseñó a ver más allá de la apariencia para valorar a las personas, y con él supe lo que significa la palabra amigo.

Una noche llegó a la casa de madera en San Felipe, donde armamos tan buenas parrandas, para decirme que se hacía cura. Y lo hizo.

El no habla de eso, pero me doy cuenta de lo solo que pueden estar los curas: no tienen con quien quejarse cuando están enfermos, y nadie los cuida. Cansados del trabajo en las calles, frustrados por lo mal que va el mundo, tienen que soportar solos en sus cuartos la crudeza de la vida. Y cuando envejecen, no hay hijos ni nietos que les atiendan, y vagan de parroquia en parroquia buscando algún cura joven que cargue con ellos. Los domingos en las noches, después de misa, cuando todos están en casa con sus familias, ellos quedan solos... muy solos.

Por eso hago un aparte para ti, Alejandro, para decirte que te quiero, que aprecio tu sacrificio, y espero estar siempre ahí cuando me necesites. Porque has sabido ser padre para mí y para toda la gente que te conoce. Feliz día. Y gracias.

 

 

 

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