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 Domingo 20 de junio de 1999


MENSAJE
Derribando al árbitro

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Hermano Pablo
Costa Mesa, California

E
l escenario no podía ser más conocido : un estadio de fútbol, el "Moza Bonita" de Río de Janeiro. En medio de la emoción del partido, sucedió algo inusitado, un hecho que haría historia en los anales del fútbol brasileño. Dos integrantes del equipo femenino de Bangú, Sandra y Elizabeth, derribaron al árbitro del encuentro, Ricardo Duraes, después de la derrota de su equipo.

Las dos robustas brasileñas justificaron su agresión después del marcador adverso de un gol por cero. Habían confiado demasiado en su excelente condición física.

El castigo no se hizo esperar. Los directores de la federación de fútbol sancionaron esa manifestación de indisciplina con una suspensión de treinta días para Sandra y Elizabeth.

Se esperaba que las futbolistas compitieran a como diera lugar, pero nadie las facultó para golpear al juez de la contienda.

En el deporte, como en la vida, cuando la situación es adversa, solemos reaccionar impulsivamente. Si vamos perdiendo, la tendencia es culpar a otros y arremeter contra ellos.

Para muchos la vida es una constante pelea. No importa si se trata de fútbol, de política o de religión, hasta a golpes se resuelven las diferencias.

¿Cuántos en vano tratan de luchar contra los valores, la disciplina y la moral ? Y como no pueden ganar, lanzan sus ataques contra Dios, la iglesia y la sociedad.

Otros buscan a quién acusar, proyectando así su propia culpa. O pretenden encontrar excusas en la influencia de sus mayores para evadir su propia responsabilidad.

La ley inexorable es que todos somos responsables de nuestros actos. Es nuestra desobediencia lo que nos ha declarado perdedores. Somos rebeldes y merecemos el castigo.

De nada nos sirve culpar al Arbitro Supremo. Dios es justo, y en El no hay maldad alguna.

Sin embargo, hay esperanza para quien admita su derrota. Cristo venció la muerte para que pudiéramos tener parte en su victoria.

Nuestro Padre celestial tiene misericordia para el que reconoce que ha fracasado. El no envió a su Hijo para congraciarse con los que pretenden ser ganadores, sino para que muriera por los perdedores y así éstos pudieran reconciliarse con El.

Si reconocemos nuestra condición de miseria y clamamos a Cristo, El responderá a nuestra súplica y nos hará hijos suyos, nos ayudará a ser competidores disciplinados, y seremos más que vencedores en esta vida y por la eternidad.


 

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