El ambiente en que vivimos con notables exigencias me ha conducido a formularme la quisquillosa pregunta que admito con la audacia sin apartarme un punto de la verdad; ¿a dónde irá a parar esta sociedad con tantas distracciones y vicios, llevada por una corriente tendenciosa y destructiva de los principios familiares puros que por siglos enteros ha perseguido la virtud? Sin lugar a sospecha alguna, nos hemos asilado en el descrédito, bombardeados de una tormenta de influencias pecaminosas que buscan básicamente el implante de la anarquía, hiriendo la poca moral que nos queda, donde lo licencioso es lo único que goza de alta categoría.
Mi padre me inculcó, desde pequeño, el trabajo y esto no distrajo mis estudios e hizo de nuestra persona un hombre de hábitos preciosos, de conducta intachable en compañía de una moral acrisolada. Más creo que el culpable de todo lo que ocurre en este tiempo son las degradantes influencias ambientales que nos traen en bandejas de barro pestífero, toda una mala suerte de informaciones que pugnan con los cimientos indestructibles que les han dado ánimo a la vida.
No se vislumbra en el entorno el asomo de la iluminación de una nueva aurora que nos traiga alentadores mensajes salvadores, prevaleciendo la sanidad divina, motivando el grito de amor que salga espetado del altar del sacrificio. La maldad nos cubre con el maldito velo del disimulo y el cinismo, arropando cuidadosamente la infamia que tiende a despertar la psicosis del mundo sin diques de contención.
Hemos llegado al extremo en el cual hacemos un bien y lo confunden con el mal, o, el bien tiene el mismo valor del mal. Este es el camino de la locura donde cae dislocado Satanás. Es difícil que volvamos a encontrar el lugar, donde el alma gravite en torno de la verdad, como el astro en torno de la luz.