OPINION

HOJAS SUELTAS
Mataron a mi madre

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Por Eduardo Soto
Periodista

Fue el lunes por la tarde. Rosario, una menuda antonera que ayudó en las faenas de crianza de la chiquillera que vivía en el viejo caserón de San Felipe, fue una de las primeras en recibir la noticia, y casi se le desempotra el corazón cuando se la dieron. Estaba a mitad de un curso de cocina cuando oyó, como pudo el cuchicheo de dos señoras detrás de ella, quienes comentaban que "Chefa", mamá del periodista ese, que escribe en Crítica, había muerto esa mañana.

Rosario aguantó apenas el torrente de lágrimas que se le asomó del susto, y salió disparada. Venía sudando hielo, con un Ave María urgente engarzado en los labios. Cuando tocó la puerta del apartamento lo hizo con un alboroto de fin de mundo que, sin que fueran necesarias las palabras, hacía saber que quien estaba en el umbral traía malas nuevas.

Después de treinta segundos eternos, el portón colonial se abrió de par en par, y cuál no sería la sorpresa de esta santa mujer cuando quien se asomó fue mi propia madre, vivita y coleando, con la risa de caña intacta en la boca, y el delantal de siempre manchado con la salsa espesa y olorosa de los macarrones.

Así se comporta el rumor en ese barrio, con aire propio, como ciempiés peludo que anida en todos los tabancos y recorre cada calle, y se acuesta en las diez mil camas de la gente, sin pedirle permiso a nadie, y si alguien pronuncia la palabra "enfermedad", saliendo de la tienda del chino por ejemplo, cuando el tema llega al parque ya tiene savia independiente, y a la media hora el protagonista de la historia está muerto, enterrado y con dos días de novenario para el perdón de sus pecados.

Esa misma noche fui a verla. La encontré dormida, boca arriba y con la cabeza de medio lado, como siempre desde que la conozco. La desperté y hablamos del asunto en el tono coloquial que ella usa con sus compinches del mercado, es decir, entre risas y mandadas para el carajo a las chismosas esas que inventaron semejante cosa.

Mientras hablaba, el pensamiento negro que se me fuera a morir de verdad se cruzó por mi mente, y sin quererlo los recuerdos casi me hacen llorar. Pero disimulé. Evoqué la soledad de los dos cuando era niño, y cómo ella a punta de plancha y lavado ajeno nos echó adelante. Y los tiempos de adolescente, cuando me le empecé a escapar, y amanecía empiernado por la calle, con un cuadernito de poemas mal escritos en el bolsillo, y al hombro la guitarra que ella llegó a odiar, y casi me hace perder el bachillerato. Y cuando en la universidad abandoné la carrera de Filosofía y Religión, y me quedé más de medio año de balde, y ella estructuró su campaña de persecución para que siguiera estudiando, y un día de tantos, sin muchas ganas, por complacerla, entré a periodismo y salvé mi vida.

A quienes les conté esta historia me dijeron: "larga vida", y eso espero yo también. Porque quiero seguir teniendo a papá y mamá en un solo ser, con ojos de leona y ánimos de hierro. Alguien que siempre está ahí cuando caigo, y quien nunca me ha fallado. ¡Feliz Día, mami!

 

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