Manuel Treminio Téllez había sido un fuerte bebedor. Estaba esclavizado por el alcohol, pero tenía enormes deseos de librarse del vicio, de tener una vida normal, de ser sano como los demás. Consultó a un médico que le prescribió un tratamiento muy estricto. El medicamento que le recetaba el doctor le produciría una intoxicación fulminante si con él bebía alcohol. Manuel puso todo su empeño y voluntad en librarse del trago. Los resultados fueron inmejorables. Dejó de beber. Dejó de sentir el deseo por el licor. Su salud mejoró. Encontró y mantuvo un empleo. Experimentó lo que era la dignidad. Y de ahí en adelante, en vez de gastar en lo que antes lo estaba destruyendo, llevaba comida y ropa a la casa. Pero el médico le había dicho: "Cuídese de no volver a beber una gota de licor. Podría serle fatal." Un día lo invitaron a una fiesta y, ante la insistencia de sus amigos borrachos, Manuel, por complacerlos, bebió dos tragos de aguardiente. Se sintió descompuesto de inmediato y tuvo que ser trasladado al hospital, pero la intoxicación ya lo había envenenado. Manuel Treminio Téllez, por complacer a sus amigos, perdió todo lo que había ganado, incluso la vida. Hay muchas historias como ésta. Unas son historias de licor, otras de drogas. Unas son de sexo; otras, de robo. Unas, de contrabando; otras, de ocultismo. Lo que tienen en común es que sus protagonistas principales, por complacer a sus amigos, hacen cosas que a su moral y a su conciencia repugnan: la jovencita que se desliza por el mal camino, el joven que se inicia en las drogas, el hombre que se ensucia las manos en el desfalco, la mujer que se entrega a un amor prohibido. Muchas veces lo hacen no por inclinación propia al mal sino por ceder ante la insistencia de amigos perversos. Nuestra dignidad, nuestra paz, nuestro ser, tienen mucho más valor que todas las ofertas de la vida. Además, nuestra tranquilidad espiritual y el ser aceptados por Dios valen mil veces más que cualquier cosa de este mundo. Hagamos lo correcto. Determinemos que no aceptaremos ninguna oferta cuestionable de algún amigo, no sea que vendamos la conciencia por una amistad pervertida.
Busquemos más bien la amistad del que nunca engaña. Jesucristo es el amigo más fiel y sincero que hay. Él quiere ser nuestro amigo.