El que a hierro mata, a hierro muere". Esta sabia consigna bíblica define el destino de todo aquel que se basa en la violencia para expandir su ideología de odio y terror. Abu Musab Al-Zarqawi así lo comprendió el pasado 8 de junio, cuando estaba agonizando luego de las bombas que aviones norteamericanos atacaron su escondite en Irak.
Quizás la fama de este terrorista de nacionalidad jordana radica en los métodos que utilizó para generar miedo y la crueldad de las muertes trasmitidas "en vivo" por internet, como el caso del técnico estadounidense Nick Berg, en 2004. Un hombre enmascarado, posiblemente el mismo líder terrorista, fue quien sacó el cuchillo y le cortó la cabeza al inocente.
Zarqawi, de 39 años, dejó de ser objeto de admiración para los mismos musulmanes, puesto que ordenó varios atentados terroristas en contra de sus propios hermanos. En Egipto y Jordania, la secuela de la violencia que estalló primero en Irak llegó a los hoteles y centros comerciales de esas naciones árabes.
Para Estados Unidos, el fallecimiento de Zarqawi fue una pequeña victoria en la guerra por la estabilización de Irak, en medio de un conflicto tan sangriento y terrible.
Empero, la muerte del terrorista jordano no terminará la guerra que se libra en Mesopotamia. Los terroristas que lideraba Zarqawi de seguro ya eligieron a su reemplazo y Bin Laden todavía sigue "inspirando" al extremismo islámico, que llama al levantamiento armado de los musulmanes en contra de Occidente.
Ojalá Irak y el Medio Oriente logren en un futuro cercano la tan deseaba paz. No es posible que una tierra tan llena de historia y riquezas, se ahogue en la sangre de millares de personas, muertas por la vorágine del terrorismo internacional o la violencia sectaria.