Después de varios años de interactuar con personal base, de coordinación, supervisión y algunos niveles de mayor rango, es imposible ignorar uno de los secretos más conocidos de la administración contemporánea: Poco más del 80% del personal considera estar bajo la supervisión de un líder inepto. O lo que es peor, pareciera ser un requisito indispensable para ser el guía, en ciertas y determinadas empresas, no saber absolutamente nada del negocio, de administración y de aspectos elementales del trato con el personal para ocupar un cargo de tanta relevancia.
Se debe entender por ineptitud la carencia de aptitud para una cosa, la inhabilidad e incompetencia, e incluso la muestra de necedad o incapacidad para un algo en particular.
Se es un líder inepto cuando se es incapaz de aceptar sus limitaciones (pero puede saber que las tiene), de generar un ambiente grato e inspirador en el escenario laboral y cuando, de manera consciente o no, se induce a los subordinados a experimentar un sentimiento de rechazo o desaprobación.
Con esta expresión no se pretende ofender a nadie, se trata de una realidad a la que cualquier persona se expone, pues la falta de capacidad puede ser debidamente detectada y corregida en la mayoría de los casos.
De estas críticas no se salvan los ministros de Estado, Diputados, gente de la banca, directores de escuelas, de instituciones públicas. Sin duda que no son todos, pero de seguro, habrá uno que otro sin capacidad para el puesto que tiene en sus manos.
Tener capacidad para ejercer su puesto y ser alguien humilde con proyección de trabajo puede hacer mover los procesos con más armonía porque todos los competentes se sentirán parte de la corporación. Un gran líder es quien da las órdenes y ha salido al frente de la gran batalla por cumplir los objetivos del equipo y conseguirá la victoria.