Fue mago del color, y genio de luz y sombra. Sus cuadros adornan los grandes museos del mundo y valen una auténtica fortuna. Su nombre: Vincent Van Gogh. En 1890, lleno de sombras como algunos de sus cuadros, Van Gogh se suicidó.
Fue, además, mago del color, y genio de luz y sombra. Plasmó, también en lienzo, la deslumbrante belleza de la naturaleza. Desilusionado, se fue de Europa a Tahití. Allí capturó el encanto de las mujeres y la magnificencia de las flores. Sus cuadros también engalanan los grandes museos del mundo y valen muchísimo. Su nombre: Paul Gaughin. Y también en 1890, Gaughin intentó suicidarse, aunque no murió hasta 1903. Esta fue la realidad de la vida de dos genios artísticos.
Lamentablemente son muchos los que, llevando vidas activas y al parecer felices, dirigiendo valiosas empresas, viviendo de fiesta en fiesta, recibiendo aplausos y homenajes, viven llenos de sombras. Allá en lo más profundo de su ser la luz está apagada. De ahí las visitas continuas al psiquiatra y las noticias constantes de suicidios.
Es que podemos vivir rodeados de luz, «esa luz asesina de las grandes capitales», como dijo Gabriel y Galán, poeta español; podemos vivir inmersos en el resplandor de los grandes hoteles, los grandes teatros, los grandes espectáculos, y sufrir por dentro la constante oscuridad de la noche.
¿Por qué será que tanta gente, que vive llena de luz exterior, está saturada de sombras por dentro? El Maestro de maestros nos da una pista. He aquí sus palabras: «El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz. Pero si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad» (Mateo 6:22-23a).
El ojo, el corazón, que está inclinado al delito, al vicio, al egoísmo y a la codicia, es ojo que vierte tinieblas hacia adentro. Pero el ojo que busca lo justo, lo decente, lo honesto y lo bueno, vierte luz hacia adentro.
Cristo quiere ser la luz de nuestra vida. Él quiere limpiar nuestra alma, purificar nuestro corazón y llenar nuestro ser de armonía y paz. Él quiere transformar nuestra sombra en luz y nuestra desilusión en fe. Él quiere darnos una nueva vida. Lo único que tenemos que hacer es decirle en sincera oración: «Jesucristo, sé tú el Señor de mi vida.» De hacerlo así, nuestra vida cambiará por completo.