En cualquier país del mundo, los parques cumplen una función ambiental, recreativa y comunitaria de primer orden en la vida de la población, y están clasificados como espacios abiertos en el entramado urbano.
Estos espacios surgieron producto de las costumbres y tradiciones de los pueblos del interior de contar con un lugar donde los miembros de la familia pudieran caminar, respirar aire puro y disfrutar de un momento de esparcimiento.
En las ciudades de hoy, asediadas por el humo, la polución y el ruido ensordecedor que producen serios daños al organismo humano, un parque sembrado de árboles, bancas y aceras para moverse libremente, constituye el centro ideal para una verdadera terapia regenerativa.
Con preocupación veo lo que está ocurriendo en La Chorrera, donde los parques están siendo utilizados por la Alcaldía y los Representantes de Corregimientos para la construcción de centros deportivos techados y cercados, e incluso para edificar estructuras fijas dedicadas a otras funciones que no son las que tradicionalmente han tenido.
De manera paulatina, esta práctica ha ido reduciendo poco a poco el espacio abierto y confinado a un reducido globo de terreno el parque público al que puedan tener acceso todos los visitantes sin ningún impedimento.
Esta situación se ha agravado al distribuir el gobierno central los materiales del programa de obras comunitarias Prodec, ya que al no contar los corregimientos con terrenos para instalaciones deportivas y de otra clase, han optado por levantarlas en los parques.
La comunidad residente en los alrededores de estos espacios, debe exigir a las autoridades del distrito un manejo claro sobre esos bienes, porque de lo contrario, permitiendo esa práctica, estaremos sacrificando un patrimonio comunitario de incalculable valor para las actuales y futuras generaciones de chorreranos.