Solo tenemos que ver algunas páginas de Internet con contenido político -cuyos autores se cubren con el manto del anonimato- para darnos cuenta de la sarta de descalificaciones, insultos, sacadera de trapos en que se ha convertido la campaña hacia la Presidencia de la República.
Esos son los peores ataques, puesto que nadie puede probar la asociación de un candidato "X" directamente con los ataques que se publican en la web contra el candidato "Y", aunque el contenido dé señales bastante obvias sobre quién se trata.
Sin embargo, viendo los noticieros y periódicos, se constata que a la hora de referirse los candidatos unos a otros, se limitan a hablar mal de sus competidores. Claro, en términos un poco más sutiles, pero al final se trata de lo mismo: puras descalificaciones y cero propuestas sustentadas (porque si no las sustentas, no son más que promesas vacías).
Desde que el sistema democrático regresó al país en los años 90, cada campaña política ha sido más agresiva que la anterior. Se gasta mucho dinero en cuñas publicitarias, anuncios en los periódicos, contratación de personal y estratagemas para desprestigiar a los rivales pero, ¿qué pasó con los planes de gobierno? ¿qué dicen sobre lo que se va a hacer para solucionar el problema de fondo del país (mala distribución de la riqueza y corrupción)? No es lo mismo cacarear lo que está haciendo mal este gobierno o lo que dejó mal el gobierno pasado, que poner sobre la mesa un proyecto de desarrollo nacional en todas sus aristas.
Las campañas sucias vienen de mentes sucias. Quienes se valen de ellas se concentran en hacer el mal a una persona determinada que es vista como enemigo; en vez de concentrarse en hacer el mejor esfuerzo en ayudar a ese pueblo que solo es visto en función de votos, y como un medio para alcanzar el poder.
