CUARTILLAS
Muerte
 
Milciades A. Ortiz Jr.
Colaborador
Cada vez que me entero que un avión se cae en la ruta hacia Kuna Yala (San Blas, como se le conocía antes), me recorre el cuerpo una fría sensación de tensión y hasta miedo, por algo que casi me ocurre en los años setenta. No fue la primera vez en mi vida que estuve a punto de morir. Para ver si desaparece de mi mente ese trauma, les contaré lo que casi me saca de la vida antes de tiempo... ¡en tres ocasiones!. La primera vez que estuve a punto de morir, fue cuando tenía diecisiete años. Era un joven idealista e impulsivo. Estaba estudiando en el Instituto Nacional, cuna de los movimientos sociales más importantes del siglo pasado. Habíamos logrado deshacernos de un rector autoritario (Carlos Gallegos), y el movimiento estudiantil resurgía luego de años de silencio. Por eso habían marchas y mítines pidiendo "más escuelas y menos cuarteles". Por supuesto que la Policía disolvía las manifestaciones en forma violenta, especialmente cuando tratábamos de llegar a la Presidencia para llevar nuestras quejas. En el parque de La Catedral practiqué un arriesgado "deporte"; me ponía a darle gritos e insultos a la policía, tirándole piedras, y los retaba a que me dispararan las bombas lacrimógenas. (No era el único que hacía esto, debo confesar siendo honrado con lo ocurrido). El "juego" consistía en estar atento cuando salía la bomba lacrimógena de la escopeta del policía. El proyectil iba dejando una estela de humo, como si fuera un cohete. Entonces yo saltaba a un lado, esquivándola. Luego, al caer al suelo la bomba, la cogía y se la tiraba al policía. Pues bien: una de estas bombas dio en el pecho del estudiante artesano Araúz y lo mató. Esto ocurrió decenas de metros de donde yo estaba. Sencillamente, "no me tocaba morir ese día", como dijeron algunos. (Dicho sea de paso, pienso que a Araúz, el primer mártir del movimiento estudiantil panameño, no se le ha hecho los reconocimientos que se merece). Días más tarde, en ese mismo mes de mayo del año cincuenta y ocho, los estudiantes nos tomamos el Instituto Nacional, ante la violenta represión contra las marchas y mítines. Estuve dos noches cuidando el Nido de Aguilas para que no lo asaltara la Policía, con un viejo revólver en las manos. Al tercero, quienes se quedaron en el turno de día a cuidar el local, fueron agredidos por francotiradores anónimos. Murieron unos diez muchachos. Pienso que a lo mejor habría muerto en aquella ocasión, mi valentía e inexperiencia juvenil, habría hecho descuidarme y ser víctima fácil de los asesinos. (Ellos nunca fueron castigados por la oligarquía que se manejaba en Panamá en esos años). Y en la primera mitad de los años setenta, estaba de asesor en el departamento de Sociología del Ministerio de Salud. Todos los sábados se hacían actividaes en diferentes sitios del país. Esto hizo que conociera muchos lugares que nunca había siquiera escuchado que existían. También confirmé lo que decían las estadísticas sobre la pobreza, desnutrición y atraso de nuestro hombre del campo. Yo tenía grandes deseos de conocer San Blas. Por eso, cuando supe que el Ministerio de Salud enviaría un grupo en avioneta a ese lugar a hacer una gira médica, comencé a mover los hilos para ir con ellos. El asunto era que había poco espacio en la avioneta, y un sociólogo no era bien visto como persona que haría algo por la salud de los kunas. Estuve hasta las cuatro y media del viernes presionando a los jefes, para que me dajaran ir en el viaje. Prometí encuestas, estudios, observaciones sociales, pero no me dejaron ir... La avioneta apareció ocho años después, y todos los que iban allí ¡murieron!
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