Deberíamos liberar las garzas que generación tras generación han sufrido de un despiadado secuestro de más de 60 años en la Presidencia. El primero en protestar fue el poeta mayor de la patria Ricardo Miró, cuando dijo: "En el patio andaluz, adonde apenas penetra el sol en ondas fugitivas, inmóviles, calladas, pensativas, hay, como un par de enormes azucenas, dos garzas melancólicas cautivas".
Sabemos que las garzas presidenciales actuales, añoran amanecer en las desembocaduras del Matasnillo o el Juan Díaz, disputándose entre otros desperdicios las pupas y gusanos que por allí andan minutos antes de caer en la bahía. Dos garzas grandes de Panamá (casmedorius albus egretta), sufren y para colmo, le metieron en la misma celda a una garza africana, mucho más grande que ellas y que les pega constantemente. Miró, advirtió la suerte de esas aves bueyeras de la libertad, cuando escribió: "¡Melancólicas garzas!... Y en el frío sin luz ni sol, sobre las zancas simbolizan la imagen del hastío; y ni siquiera saben que son blancas porque nunca se vieron sobre un río."
Hemos preguntado a viajeros, si han visto animales en cautiverio en las presidencias. Contestaron que cuando viajaban no visitaban palacios de gobierno, pero uno de ellos me aseguró que en un país de África, tienen a un lagarto antediluviano escondido en una pileta llena de plantas acuáticas, que muerde y azota contra el piso de mármol a los desprevenidos, claro que con la anuencia y risotadas del dictador, quién perjura que el enorme reptil lo cuida en silencio.
Ya le propuse al excelente Burgomaestre de la capital, haced suya la promesa, que en llegando a la silla del Palacio de San Felipe, soltase las tullidas garzas "Acaso si una mano, de repente, las echara a volar, tras un momento de supremo estupor, abriendo al viento sus vírgenes plumajes, blandamente se irían a embriagar el firmamento".