John Evans, antiguo minero galés, se retiró a dormir. Hacía tiempo que disfrutaba de los beneficios de la jubilación. Su vida era tranquila. Se estiró en el lecho y dirigió una mirada hacia arriba. Musitó una oración como siempre lo hacía, y cerró los ojos, sólo que esta vez, para no abrirlos más.
Era ya tiempo que John Evans descansara. Con más de 112 años de edad, se calculaba que era el hombre más anciano de Europa. Cuando cumplió 110 años, en 1988, la BBC de Londres le hizo un reportaje. "¿A qué atribuye usted su larga vida?", le preguntaron. El anciano respondió tranquilamente: "Nunca tomé bebidas alcohólicas, nunca fumé, nunca aposté, nunca lloré y nunca blasfemé. "
He aquí una receta que vale la pena estudiar: larga vida con salud, con paz, con satisfacción y con buen humor. Y larga vida con algo más: con fe. Analicemos la receta.
Primero, dijo Evans: "Nunca tomé bebidas alcohólicas". El hombre nunca se embriagó. Jamás introdujo licor en su cuerpo. Nunca sufrieron su cuerpo y su mente el trauma del veneno destructor del alcohol. Disfrutó de buena salud.
Luego añadió: "Nunca fumé". Evans jamás introdujo en sus pulmones el veneno del tabaco: nicotina, sustancia carcinógena. Respiró siempre bien, y unos pulmones sanos hacen sangre sana, y sangre sana es vida sana.
También declaró: "Nunca aposté". Él nunca practicó juegos de azar. Se libró de un ambiente material malsano y de una pasión destructiva. Al no buscar fortuna en el juego, Evans la buscó en el trabajo, y el trabajo honrado y limpio, bien se sabe, produce salud.
Manifestó además: "Nunca lloré". Evans nunca sufrió dolores agobiantes. Habrá sentido alguna vez lágrimas de dolor natural, dolor "sano" si se quiere, pero llanto de angustia, o dolor de culpa, nunca tuvo. Vivió en paz. Terminó diciendo: "Nunca blasfemé". Jamás tomó el nombre de Dios en vano. Nunca manchó sus labios con la blasfemia ni su alma con la irreverencia. Y un alma limpia hace una conciencia limpia, y una conciencia limpia hace una vida limpia. Los dolores no aplastan a aquel cuya mente está puesta en Dios. Se ve que este hombre tenía firmes convicciones espirituales. Creía en Dios. Caminaba con Cristo. Gozaba de devoción espiritual, y todo eso es receta de larga y buena vida, y de serena y plácida muerte. Caminar con Cristo es andar por el camino ascendente de la vida eterna.