Leer Juan 20, 19-31
Jesús les hace constatar a través de las dudas de Tomás que el que está delante de ellos es de verdad el Señor resucitado.
Bienaventurados nosotros si, aunque no lo veamos con los ojos del cuerpo, creemos en el Señor, creemos en su amor y besamos sus llagas.
¿Cómo? Besaremos a Jesús cuando también nosotros seamos traspasados por los clavos, por esas espinas que son las pruebas de la vida.
Por eso, si tenemos fe, también nosotros podremos sufrir juntos y alegrarnos, porque siempre estaremos unidos a Él, en su misterio.
Jesús quiere que expresemos nuestra unión con Él y que correspondamos a su amor viviendo en comunión entre nosotros, dejándonos plasmar de verdad como criaturas nuevas que no viven aisladas, sino unidas, por haber sido incorporadas todas a Él. Ese es el fruto de la Pascua del Señor.
En el evangelio se aparece Jesús a los discípulos cuando están reunidos. Los abraza con su mirada, les da la paz, les entrega el Espíritu Santo y les muestra sus llagas, signos de la crucifixión.