El destino del hombre es la felicidad. Todos estamos siempre deseando el placer y el goce duradero, estimulados por nuestros instintos, buscando cada vez mejorar nuestra situación para así poder vivir con menos angustia. En nuestra historia el hombre siempre ha ido en pos de la felicidad aunque muy pocos la alcanzaron y muchos otros se lo impidieron.
Casi nadie que busca la dicha la encuentra allí donde la está buscando. Usualmente la verdadera felicidad se origina en el nacimiento de nuestros actos.
La dicha es la inseparable amiga de la verdad, el afecto, la sencillez, la armonía y la belleza. Hombres que almacenaron riquezas y no las pudieron disfrutar, suelen decir: bueno, dinero no me falta, pero ya nada me emociona.
Otros muchos buscan como locos ser dichosos labrando su propia desgracia porque la persiguen donde no está; por sus problemas de riquezas y egoísmos construyen solitos una gran muralla contra la felicidad.
El verdadero goce del vivir es para quienes saben ver y apreciar las cosas que la vida presenta con desinterés. Cuando no se alcanza la felicidad, después de haber perdido los mejores años de la vida dedicados a conseguir dinero descuidando las amistades y la superación personal, se sufren grandes desengaños.
Nunca serán felices quienes pretenden aumentar su felicidad si sólo buscan el placer egoístamente; al pensar sólo en sí mismos no hacen sino llenar su ambición, pero no serán realmente felices: la dicha se consigue cuando nos preocupamos por el bien y el goce de los demás, sólo a través de dar sentiremos la plenitud interior.
El ser humano debe dirigir sus cualidades y facultades hacia la conquista de la riqueza cuidando sus condiciones morales.