Cuando el sastre Augusto Corro me habló sobre la agonía de la industria textil en Panamá, recordé lo que me dijo un productor de papas hace más de cuatro años, en Cerro Punta. Resulta que los genios económicos del gobierno del Toro habían rebajado los impuestos de introducción de papas extranjeras. Decían que lo hacían para que el panameño comiera buena papa a menor costo.
La curiosidad periodística me llevó esa soleada y fría mañana de verano, a hablar con un joven productor de papas en Cerro Punta. Era la viva imagen del joven empresario. Descendiente de yugoslavos, estaba encargado del negocio de su padre inmigrante.
Ante mi pregunta dirigió la vista hacia un terreno sembrado de papas, donde unos diez indígenas estaban agachados cosechándolas. "Con esa medida no será rentable sembrar papas. Entonces, ¿Quién le dará empleo a estos indios?", dijo con cierta amargura. La flamante "globalización" no es más que "el pez grande que se come al más chico" en eso de los negocios.
Si vendemos en Panamá productos hechos en países donde el trabajador gana unos centavos al día, claro que serán más baratos que los nuestros, que reciben su sueldo en dólares. Esa economía de unos dólares menos será falsa a la larga, porque dejará sin empleos a miles de panameños. Se creará un problema social y aumentará la pobreza en este país.
Y que no me vengan con el cuento que comerciar productos baratos producirá más empleos. No creo que esos indios que ví sacando papas de la tierra puedan convertirse en comerciantes fácilmente...
Lo de la papa y otros productos es lo mismo que me denunció el sastre Corro el otro día. "Del año dos mil para acá han cerrado dieciséis fábricas de ropa. Antes había diez mil personas trabajando en esta industria y ahora solamente hay unos cinco mil", indicó gravemente Corro.
Su propio negocio ha sufrido esta cruel realidad. De cuarenta trabajadores, en su mayoría mujeres que son padre-madre, ahora solamente cuenta con veintitrés. Y aunque la ropa de afuera pueda ser buena y barata, la panameña a veces es superior y está hecha para nosotros.
Como soluciones a esta situación, Augusto Corro me sugirió incentivos a los pocos negocios que quedan, evitar que uniformes se hagan en el exterior, menos impuestos y que el Seguro Social sea flexible con los sastres, modistas y similares.
Yo he sido testigo de la larga agonía de la industria artesanal de la ropa hecha a la medida. Los costos de los materiales también encarecen el producto, así como el alto salario mínimo que hay en Panamá en comparación con otros países. (En Honduras el salario mínimo no llega a ciento cincuenta dólares al mes, por poner un ejemplo).
Creo que el panameño común y corriente puede poner su grano de arena para evitar que la industria textil se acabe en Panamá. La manera más sencilla es consumiendo "lo que Panamá produce". Ya comencé a hacerlo y encargué varios pantalones, que no tienen nada que envidiarle a los extranjeros (y me salieron más baratos).
Aunque no soy economista, creo que los expertos en esa materia deben ser más nacionalistas. Tiene que pensar en nuestros trabajadores, antes que caer en los "cuentos de velorios de la "globalización". |