El jueves tres de febrero, cerca de las tres de la tarde, saldé una deuda que tenía hace casi cincuenta años con los monos perezosos panameños. Resulta que regresaba de visitar Veracruz, en la continuación de mis viajes de turismo interno por sitios desconocidos o que no visitaba hace años (como Veracruz).
Cerca de entrar al puente sobre el Canal tuve que determinar mi automóvil. Un perezoso joven, estaba en media carretera, expuesto a ser atropellado.
Miré hacia atrás y vi por lo menos seis vehículos a lo lejos. Sin pensarlo, me bajé y comencé a buscar la manera de salvarle la vida al lento animal.
Su cuerpo estaba con algunas hormigas y bichos, pero eso no me detuvo. Varios autos se pararon detrás al verme buscar la fórmula para sacar al mono perezoso de la carretera.
Al fin se me ocurrió usar un palo para levantarlo. El animal con sus enormes garras se agarró al palo y suavemente lo llevé al otro lado de la vía.
La reacción de los conductores fue variada. La mayoría me hizo señas positivas hacia mi acción. Sólo uno indicó que "más adelante lo matarán".
Al volver a mi auto respire satisfecho. ¡Había pagado una deuda de casi medio siglo con esos lentos animales, en peligro de extinción!.
Y le eché el cuento a la compañera. Le dije que cuando tenía unos quince años, mi hermano Orlando y yo cometimos una acción negativa que me ha tenido sufriendo años y años. Asesinamos a un inocente mono perezoso.
Todo sucedió en el camino que conduce a El Macano, en El Valle de Antón.
Eramos jóvenes que, como los de aquella época, no sabíamos nada de proteger la fauna panameña.
Estábamos "de cacería" y luego de un rato sin ver ningún conejo o paloma, nos sentíamos frustrados.
Entonces vimos el mono perezoso en el árbol de guarumo. ¡Y le disparamos hasta matarlo!.
He tratado de pagar esta deuda con escritos a favor de la protección de los animales. Por eso lucho contra la venta de iguanas y periquitos en sitios cercanos a David.
Pero esa tarde, el destino me permitió saldar definitivamente esa deuda.