Era una quebrada mal oliente, de aguas sucias, pero para los niños aparecía como un caudaloso río. Venía de no sé dónde y pasaba por el recién construido Jardín de Paz (cementerio), poco antes de finalizar en el mar, en Panamá La Vieja.
Unos tres o cuatro niños, de unos diez años, ese día habíamos decidido convertirnos en pescadores. Con anzuelitos comprados a un centavo (en los años cincuenta se podía comprar incluso con centavos), soñábamos con grandes peces que no sabíamos qué haríamos luego de capturarlos.
Pero la verdad era otra. En medio de una especie de pantano, con pedacitos de carne lo único que pudimos pescar fueron unos "bagres" de color azul y rojo. Nunca más he visto esos pescados, pero allí vivían en esa quebrada contaminada.
Cuando ahora pienso en esa "aventura" de verano, pasados cincuenta años, me recorre un frío de miedo por la espalda. ¿Si hubiéramos caído al agua, tal vez nos habríamos ahogado? Por esos parajes no había nadie cerca y nuestros padres desconocían qué hacíamos y dónde quedaba la quebrada.
Los niños de "las afueras" de los años cincuenta hacíamos muchas cosas en el verano que podían lastimarnos. Y los padres no sabían nada de esas actividades. Una vez se me ocurrió ir a cazar pajaritos. Para atraerlos me puse a hacer un ruido especial, tocando la palma de las manos con la boca, como si fuera el piar de un pichón.
Se aparecieron varios pájaros... y también una culebra "bejuquillo", que nos metió susto. En otra ocasión fueron los baños en la playa de Panamá La Vieja, que no estaba contaminada como ahora. No éramos expertos nadadores y nos pudo pasar cualquier percance.
(Cuando me entero que un niño fue arrastrado por las aguas de una alcantarilla luego de fuerte lluvia en invierno, también se me eriza el cuerpo. Con mis amiguitos "corríamos" lancha luego de las lluvias en las zanjas de Parque Lefevre y Altos del Golf. Por suerte nunca nos pasó un accidente fatal).
Ahora pienso que tal vez los "Angeles de la Guarda" que nos hablaban de niños, nos protegían de esos peligros.
También volábamos cometas, pero a veces le poníamos en la cola filosas hojas de afeitar y pedazos de vidrios, que podrían cortarnos.
Otra actividad de verano de los chicos de mi época que tenía su riesgo eran las "guerras de piedras". Una "pandilla" rival se ponía en un lado de la calle llena de piedras y nosotros en el otro... y nos lanzábamos cantidad de pedruzcos buscando rompernos (o fracturarnos) las cabezas... cosa que nuestros "Angeles de la Guarda" impidieron que sucediera.
Nos subíamos a cuanto árbol quisiéramos, sin temer una caída que nos habría fracturado varios huesos.
Cuando aparecieron en un lote baldío de Calle Primera Parque Lefevre unas vacas, tuvimos que "probar la hombría" tocándoles el ¡rabo! El niño que estuvo más cerca de esta peligrosa actividad fui yo, y me llevé tremenda correteada por parte de la vaca. Tuve que saltar una zanja para evitar una grave cornada.
Fue más fácil tocarle las barbas a unos chivos que tenían unos italianos para sus sabrosos "macarrones con chivo". Pero de todas maneras había cierto riesgo en estos juegos infantiles de esa época. |