La estratagema de Carlos Ponzi para hacerse rico rápidamente parecía demasiado buena para ser cierta... y lo era. En el mundo de las estafas y los fraudes, las compungidas víctimas comprueban una y otra vez que no todo lo que reluce es oro. Es oportuno que recordemos a un estafador original que ilustró la validez de otro proverbio sabio: no puedes robarle a Pedro para pagarle a Pablo: Esto no es exactamente correcto. Puedes hacerlo... por un corto tiempo... Carlos Ponzi lo hizo.
Carlos despreciaba el trabajo honesto. Esta práctica desagradable saca callos, produce transpiración y casi nunca da como resultado grandes cantidades de dinero contante y sonante. No, tiene que haber un modo mejor. Carlos se sentó frente a la entrada de su conventillo en Boston y pensó y pensó. Los imbéciles con sus cajas de almuerzo pasaban frente a su puerta. Una vez por semana les pagaban. Si Carlos pudiera solamente encontrar el modo de dirigir esos salarios a sus ávidos bolsillos.
Entonces, como si la deidad misma le hubiera hablado, la estratagema se formó en su mente. No siendo uno de los que dejan para mañana lo que pueden ganar hoy. Claro puso en acción su plan inmediatamente. “Ehh, Tony, ven aquí. Si me prestas 20 dólares, te devolveré 30 dólares en 90 días. Me encontraré contigo aquí mismo y te pagaré 50 por ciento más de tu dinero”.
Tony decidió correr el riego. Al día siguiente Carlos llamó a Giuseppe y le ofreció el mismo trato. A Guiseppe le gustó la idea. Pasaron 90 días. Tony apareció. Lo mismo hizo Carlos con los 30 dólares. Tony se rascó la cabeza y dijo, “¡Qué demonios, guárdalos y dame otros 50 por ciento de interés en 90 días!”.
Había nacido la estratagema de “robarle a Pedro para pagarle a Juan”. Para cuando Carlos terminó su juego, la estratagema había convulsionado las instituciones financieras de los Estados Unidos.
¿Y quién era este naciente genio financiero, Carlos Ponzi? Carlos había llegado a los Estados Unidos desde Italia como un muchacho de 17 años de ojos brillantes y buen porte. Carlos se destacó en enviar el dinero de otros inmigrantes de vuelta a Italia.
Desgraciadamente cuando se reveló que gran parte de ese dinero, duramente ganado, encontraba su camino a los jeans de Carlos, fue mandado a prisión por tres años.
Una vez fuera de la cárcel, exhibió una serie de habilidades empresariales, contrabandeando inmigrantes a través de la frontera canadiense a los Estados Unidos. Volvió a prisión por otros tres años. Después de ser liberado, se mudó a Boston, donde obtuvo un empleo honesto como dependiente con 16 dólares por semana. Se casó con Rose Guecco.
Alentado por sus pasados éxitos a la entrada de su convenillo, Carlos abrió Securities Exchange Co., en el 27 de School St., en Boston. El dinero literalmente se volcaba a raudales en el negocio. ¿Y por qué no?. No había otro lugar en Boston o en el mundo que pagara el 50 por ciento de interés en 90 días. Carlos tuvo que dar una explicación de cómo podía pagar un porcentaje de interés tan alto en 90 días. Inventó algo sensacional. Afirmaba que tenía agentes en Europa comprando dinero europeo depreciado, y convirtiendo el papel moneda en cupones postales internacionales, los que, cuando se enviaban a los Estados Unidos, eran redimibles a su valor nominal en dólares americanos. Sonaba grandioso. Carlos proclamaba que los grandes financistas, como Rockefeller, lo estaban haciendo. Decenas de miles de dólares eran entregados a los cajeros de Carlos, cada día. Finalmente, Carlos abrió 35 sucursales. Los depósitos eran tan importantes que usó los fondos para comprar dos firmas legítimas, Hanover Trust Co., y J.P. Poole Co. También se tomó tiempo libre para comprar una mansión para su Rose.
En unos pocos meses, Carlos se había transformado de un dependiente a un mago de las finanzas. Sus trajes eran del más fino corte. Sus zapatos eran importados de Italia. Rose vestía como una reina. Y por encima de todo, cualquiera que quisiera retirar su dinero recibía ese jugoso interés del 50 por ciento. Fue el mismo éxito de Carlos lo que contribuyó a su caída. El gobierno federal se interesó en sus asuntos. Las autoridades postales advirtieron a los agentes del FBI que la estratagema de Carlos de comprar cupones con moneda europea depreciada, no podía de ningún modo resultar.
No fue hasta julio de 1920, que el gobierno de los Estados Unidos decidió conducir una auditoría oficial del imperio financiero de Carlos. La noticia de que estaba siendo realizada una auditoría empezó una corrida sobre la Securities Exchange Co., de Carlos. Cuando los inversores hicieron fila para cobrar sus inversiones a medida que llegaban las fechas, todos y cada uno eran pagados por completo, incluyendo los intereses. Parecía que Carlos tenía una cantidad de dinero inagotable.
Los auditores estaban frustrados. No se había quebrado ninguna ley. La compañía mantenía archivos meticulosos de entradas y gastos. Nadie estaba engañado. Maldición, lo que ellos no podían encontrar era la fuente de los ingresos. Cuando le preguntaron acerca de esta embarazosa omisión, Carlos respondió indignado que su pequeño trocito de información era su secreto y sólo suyo.
El gobierno respondió colocando una orden de restricción sobre la compañía prohibiéndole recibir depósitos mientras las investigaciones estuvieran en progreso. Carlos contrató al bien conocido William McMaster para apoyar sus relaciones públicas. La movida no resultó bien. McMaster emitió una declaración de que Securities Exchange Co., no había nunca, en todo el lapso de su vida, completado una sola transacción financiera extranjera.
La rotunda declaración inició otra corrida sobre la compañía. Una vez más Carlos soportó la arremetida. Sin embargo, la insidiosa duda de que algo estaba podrido en Dinamarca, había sido plantada en las mentes de sus inversores. La gran mayoría quiso cobrar. Pobre Carlos. Mantuvo la charada tanto como pudo, pero finalmente el dinero se acabó. El 9 de agosto de 1920, su banco emitió una declaración de que no podía pagar los cheques de Securities Exchange Co. Dos días más tarde, el prontuario policial de Carlos fue hecho público. Esa fue la paja que quebró la espalda del camello. Los inversores ahora exigían su dinero. |