En el manejo de fondos públicos no debe haber secretos. Por eso es inaceptable la existencia de las llamadas partidas discrecionales, secretas o confidenciales.
Ese tipo de fondos fueron creados desde la época de la dictadura. Todos recordamos que tras la invasión norteamericana se descubrió una partida de esa índole en el Ministerio de Hacienda, desde donde se giraban toda clase de cheques sin el mayor control. Hasta un desembolso a nombre de un ficticio George Bush se detectó.
Ese asunto, tal como ocurre en la mayoría de los peculados millonarios que registra nuestra historia, quedó en nada. Por las Fiscalías pasaron exministros y excoroneles. Al final, nadie quedó preso.
Sin embargo, en democracia no tienen razón de ser las partidas secretas.
Lo correcto en estos tiempos es la transparencia. Mientras mayor información exista sobre los gastos del sector público en general, habrá menor suspicacia y "morbo" para utilizar las palabras de la mandataria de la República Mireya Moscoso.
Se comprende que hay desembolsos como los relativos a temas de seguridad nacional, que pueden guardar algún grado de confidencialidad, pero el resto de los gastos deben ser de acceso público y así muchos dolores de cabeza y explicaciones se ahorrará éste y cualquier gobierno.
Al gobierno de Pérez Balladares y ahora al de la señora Moscoso se le cuestionó por el manejo de la llamada partida discrecional. Lo sucedido debe servir de experiencia al próximo presidente para que elimine el manto secreto que envuelve estos gastos.
El país requiere que los candidatos se comprometan en ese sentido y cumplan la palabra empeñada, porque la historia nos demuestra que los políticos son una cosa cuando están abajo y otra cuando se trepan en el poder.