MENSAJE
Una sola ovejita
(2a. parte)
- Carlos Rey
Cuando los partidarios de
Camacho y de Basilio desenfundan las espadas para vengarse, Don Quijote,
como era su costumbre, se pone de parte del amor de lo que él considera
legítimo. Hace las veces de mediador entre los bandos opuestos y
defiende la actitud de Basilio con este argumento: "Basilio no tiene
más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que
sea"(1). Así alude Miguel de Cervantes, en el capítulo
21 de la segunda parte del Quijote, a la parábola del profeta Natán,
relataba en los capítulos 11 y 12 del segundo libro de Samuel.
Allí el rey David acaba de cometer adulterio con la bella esposa
de un pobre soldado ausente por estar defendiendo su país. La mujer,
Betsabé, queda encinta, de modo que David manda traer a palacio al
esposo, Urías, con el pretexto de informarse de la batalla. Lo que
de veras busca es la unión sexual de aquel soldado con su esposa
durante esos días de permiso, para que nadie sospeche nada cuando
nazca la criatura. Pero Urías -aun después de emborracharlo
David- se niega a ir a casa a pasar la noche con su esposa porque no le
parece justo disfrutar de semejante placer mientras sus compañeros
en armas duermen a campo abierto. La abnegación de Urías frustra
tanto al rey que trama la muerte del soldado en frente de batalla, ordenándole
a su comandante que lo ponga en las primeras líneas y luego lo deje
solo para que caiga y muera a manos del enemigo.
A Dios el Señor le disgusta en extremo este horrible pecado, así
que envía a su profeta a que se presente ante el rey y le cuente
esta historia: Había dos hombre, el uno rico y el otro pobre. El
rico tenía muchísimas ovejas y vacas; el pobre tenía
una sola ovejita que había comprado y criado con la ayuda de sus
hijos. La quería tanto que la trataba como si fuera su propia hija.
¡Hasta permitía que la ovejita durmiera recostada en su pecho!
Un día, cuando llegó alguien de visita a casa del hombre rico,
el rico no quiso tomar ninguna de sus muchas ovejas o vacas para prepararle
alimento a su invitado, sino que le quitó al hombre su ovejita, la
preparó y se la sirvió al viajero.
Al escuchar esto, el enfurecido David juzga que aquel rico merece la
muerte, y decreta que ha de pagar cuatro veces el valor de la ovejita por
actuar de una manera tan despiadada. Cuando Natán le contesta: "¡Tú
eres ese hombre!". Y le ehca en cara todo lo vil de sus acciones, David
admite su pecado y se dispone a recibir las graves consecuencias que le
anuncia el profeta de Dios.
En el Salmo 51 David se desahoga con esta confesión sincera: "Ten
compasión de mí, oh Dios... Lávame de toda mi maldad
y límpiame de mi pecado... Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio..."(2) Sea cual sea nuestro pecado, Dios lo perdonará
si se lo confesamos con la actitud del salmista David, que afirma por experiencia:
"Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrado y arrepentido"(3).
(1)Juan A. Monroy. La Biblia en el Quijote, (Terrasa: Libros CLIE, 1979),pp.
111-12. (2)Sal 51:1, 10. (3)Sal 51:17.


|

|
 |