MENSAJE
¿Dónde estabas tú cuando yo te necesitaba?

Hermano Pablo
Solemne, transcurría el funeral. Yacía en la caja un eminente clérigo que había dedicado toda su vida a servir a la humanidad. Largas filas de personas que habían recibido de él algún consejo sabio, alguna ayuda espiritual, incluso algún beneficio material, testificaban cuándo, cómo y en qué circunstancias el reverendo les había ayudado. En eso se acercó al ataúd un joven de unos treinta años de edad. Estaba mal vestido, sucio, con barba de una semana y con todas las trazas de alcohólico. Miró detenidamente al cadáver en la caja y, con emociones encontradas como de tristeza mezclada con resentimiento y odio, dijo: "Papá, ahora me doy cuenta dónde estabas tú cuando yo más te necesitaba." Esta historia verídica, con un hondo sentido humano, de un pastor eminente que dedicó toda su vida a proveer ayuda espiritual y consejo profesional a miles de personas, pero no tuvo tiempo de prestarle atención a su propia familia, nos deja una tremenda lección. El proverbista Salomón, entre sus sabias máximas, escribió la siguiente: "Me obligaron a cuidar las viñas; ¡y mi propia viña descuidé!" (Cantares 1:6). Qué fuerte reprensión es ésta a los padres que cuidan de todo y de todos, pero se olvidan de ser amigos, consejeros y verdaderos padres de sus propios hijos. El pastor de la historia aconsejó a miles, hasta tener en su archivo más de tres mil tarjetas con nombres de personas a quienes había ayudado psicológica y espiritualmente. Pero entre esas tarjetas no aparecía la de su hijo. ¿Quiénes deben tener prioridad en el corazón, en los sentimientos y en el calendario de un esposo y padre? Su esposa y sus hijos. Nadie tiene más derecho que ellos a la atención, al amor, al cuidado y a la protección de ese padre. ¿Me atreveré a decirlo? Permítame, en humildad, suplicarle que se dé una mirada introspectiva. Examine sus acciones hacia su familia. Permítase, sincera y honestamente, considerar si sus hijos han tenido la atención, el tiempo y el interés que ellos tanto necesitan de usted. La responsabilidad primera del padre, sin ninguna excepción, es la familia: esposa e hijos. Nadie ni nada en este mundo debe ser más importante que su familia. Jesucristo, que es el Señor de la vida, puede hacer de un hombre, desde el más sencillo hasta el más ilustre, un gran padre. Él quiere ayudarle a usted. Póstrese ante Él y dígale sinceramente: "Señor, me entrego a ti. ¡Ayúdame!"
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