Mami, perdóname. No lo voy a hacer más. Reconozco que me pasé y soy culpable. Por favor, no te vayas. Tu eres mi felicidad y sin ti no sé qué hacer. ¿Ha escuchado esto alguna vez? Es común que un borracho agresivo repita estas palabras después de ver, fuera de los tragos, el daño que hizo al rostro de su esposa.
El sentimiento de culpabilidad sale a relucir cuando les toca enfrentar en vivo el cuadro que pintaron con sus puños. En su subconsciente siempre sale a relucir una sorpresa interior: "Chuzo...¿yo hice esa vaina? Soy una bestia". Los borrachos no duran para siempre. El hombre se embriaga dos o tres veces a la semana, pero el resto de los días es una persona normal y es aquí donde se entera de su comportamiento cuando su esposa lo enfrenta en los tribunales y en las corregidurías, pero nadie cuenta con la astucia de ellos, pues se convierten en las víctimas de una violencia intrafamiliar donde resulta que la mujer lo maltrataba psicológicamente.
Las mujeres panameñas deben tener bien claro que la mayoría de los maltratadores pide perdón y al final nunca cambia de actitud. Sólo una minoría, que busca ayuda de Dios, logra cambiar y retomar un camino correcto de fidelidad y armonía con sus esposas. ¡Felicidades a ese grupito!
En este juego, donde la mujer es la que reciba los guantes, hay que tener claro que esta violencia se puede convertir en desgracia si no se pone un alto a la situación. No es posible que una mujer se eche para atrás cuando el hombre está a punto de ser castigado penalmente por la ley, sólo porque es el papá de sus hijos. Una inmensa cantidad de las que han retirado las demandas están enterradas en los cementerios del mundo porque, al final, el tipo se cabreó y terminó clavándole un puñal en el pecho.
Si tu eres de esas mujeres que les gusta el masoquismo, mejor haste la señal de la cruz.