Nunca pensé que tres profesores criticaran mi nombramiento. Resulta que era decano de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá en el noventa y uno. Y se me ocurrió nombrar a un ciego que fue alumno meritorio. Quería un puesto para supervisar a los estudiantes de los cursos de radio.
Tenía que manejar la grabadora y una consola de sonido. Yo le pedí me demostrara que podía hacerlo a pesar de su discapacidad.
Con una sonrisa lo hizo con éxito y le di el puesto. Pues bien, apenas corrió la "noticia" tres profesores me indicaron que "cómo me había atrevido a nombrar a un ciego en ese puesto".
Pensaban que el discapacitado sería "una botella". Imagino que pensarían que yo tendría algún interés especial en ese nombramiento".
Recuerdo que al último que vino con esa queja, le pedí que cerrara los ojos y tratara de salir de la oficina.
Entonces sentencié que "Ud., muy bien podría haber sido ciego y merecía una oportunidad para incluirse a la sociedad mediante un trabajo honrado".
También nombré a otro discapacitado durante mis tres años de decanato. Ninguno de los dos me defraudó y fueron excelentes trabajadores.
Ahora se ha vuelto un revuelo con eso de incluir discapacitados en los salones de clases normales.
Como profesor universitario he tenido varios ciegos en los salones. Claro que necesitan un poco de atención especial, pero su rendimiento es normal.
Me bastó con ponerles un profesor asistente para sus exámenes. Así que personalmente he visto lo efectivo que resulta integrar a no videntes a los salones normales.
Cuando salió la cinta celeste para conseguir fondos e integrar a estas personas a la sociedad, me apresuré a comprar varias para regalarlas.
Creo que todos debemos ser más comprensivos ante esta situación. Y si usted es de los que prefieren encerrar en un cuarto oscuro a un discapacitado, recuerde mi fórmula: cierre los ojos para que sienta en carne propia no poder ver.