A nosotros nos gustan los estados gozosos y de alegría; pero la vida cristiana se compone de dicha y dolor, de alegrías y penas, de experiencias gozosas de Cristo y de agonías; porque estamos siempre muriendo a cosas que no nos convienen. Nadie puede vivir la redención sin el padecimiento, el domingo de resurrección sin el viernes del calvario. Entonces, todos tendemos a los estados gozosos y de alegría; es más, nos gustaría estar todos los días jubilosos, contentos, felices, sonrientes, de buen humor. ¡Y qué lindo es intentar mantener un estado estable en nuestra psicología, en nuestras emociones¡ ¡Qué bueno sería que pudiéramos mantenernos siempre serenos, tranquilos y sonrientes! Pero la vida, ¡ay la vida!, nos golpea constantemente con sus dolores y sufrimientos.
Nadie puede escaparse de las cruces. Algunas de las cruces nosotros mismos nos la imponemos cuando asumimos el pecado y sus consecuencias. ¡Cuidado, hay cruces que no son queridas por el Señor¡ Usted se convierte en un alcohólico y tiene que llevar, entonces, esa cruz además de las otras. Tiene que pagar las consecuencias, en esta vida, de su pecado de alcoholismo. Dios no quería que usted fuera alcohólico. O sea, hay cruces que usted se las impone, porque le da la gana y hay que asumirlas; porque el que pecó, que asuma las consecuencias de su pecado.
Además de esas cruces, el Señor impone otras que El si quiere para que usted se santifique. Y la única postura evangélica adecuada es la de asumir esas cruces con valentía, con entusiasmo, pidiéndole al Señor que nos dé las fuerzas para llevarlas.
Las otras cruces, las que el Señor nos impone, son las que nos santifican aún más. Hoy el Señor nos está diciendo lo siguiente: Despierta ya, alma mía, y descubre en esas tragedias, en esas enfermedades, en esos problemas en que te encuentras, en esas dificultades; descubre allí la mano bendita del Señor que te señala las cruces que te santificarán y acógelas y asimílalas y llévalas con dignidad, como Cristo caminó al calvario. Te caerás una y tres veces como El, pero te levantarás con el poder y la fuerza del Señor. ¡Y no olvides, con Dios, somos invencibles!