Si la palabra adjetiva "penal" se deriva del sustantivo "pena", entonces siempre estará bien empleada, pues la suma de una cárcel central (a orillas del mar en la bella isla de Quibdo o Coiba) y 24 campamentos rurales hicieron de aquel paraíso un verdadero infierno.
El origen del penal de Coiba debemos encontrarlo en la primera administración pública del insigne caudillo del liberalismo doctor Belisario Porras Barahona, cuando se produjeron hechos delictivos en todo el país. Uno de los más sonados lo describe el novelista, abogado y diplomático, licenciado Efebo Díaz Herrera, con quien tengo una amistad que se remonta a medio siglo atrás. En ese trabajo literario Efebo Díaz Herrera narra el asalto, con armas de fuego, a una nómina de pago de las minas de Oro en Veraguas. Los asaltantes actuaron al más puto estilo "western". El presidente Porras llegó, por segunda vez, al solio presidencial por designación de la Asamblea Nacional visto el sensible deceso del presidente Ramón M. Valdés, electo en 1916. Porras, a partir del año 1918, crea el penal de Coiba, como sitio de aislamiento", recuperación y rehabilitación de delincuentes". Este Penal se inauguró en noviembre de 1919. Pero una era la idea del estadista y, otra muy diferente, la práctica de esta altruista idea.
El personal policíaco designado para dirigir y cuidar el penal de Coiba sentía mucho miedo en sus relaciones con los reclusos. Este temor se enmascaraba mediante una severa represión que llegó a superar, sin la menor duda, las arbitrariedades de la Isla del Diablo en la Guayana Francesa. Fue tradicional el método de eliminación de reclusos al ordenarles "subir a la palma a tumbar pipas y cocos". Muchos reclusos rompían en llanto ante la orden. Si las fosas nazis espantaron el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, las fosas comunes en Coiba siguen sin publicidad. El vil asesinato de Floyd Britton produjo, en 1969, la atención de miles de panameños hacia el infame penal de Coiba. Yo que pasé por las mismas torturas, me pregunto, con todo respeto: ¿Y por qué la opinión pública, desde 1919, no se interesó en los centenares de hijos ajenos torturados, asesinados o "desaparecidos" durante 70 años? Esos hijos ajenos no tenían renombre. Eran presos comunes. Si algún homenaje se piensa traer en el cementerio "El Marañón" de Coiba, sin duda que deberá abarcar desde 1919 en adelante y referirse a los centenares de hijos del pueblo que no poseían un nombre político profesional o revolucionario. ¡Válgame Dios!