Siempre me preocupo por llegar a tiempo a todas las citas, compromisos y eventos a los que debo asistir. Si en el correo electrónico o la invitación que me mandan se especifica que el evento comienza -por ejemplo- a las 10: 00 am, hago todo lo posible por estar ahí a esa hora, incluso 5 ó 10 minutos antes.
Las motivaciones para llegar puntualmente a los eventos son múltiples: me preocupa quedar mal con quienes me invitaron; y tampoco quiero perderme nada, (en el caso de que sea una ida al cine, a nadie le gusta ver una película ya comenzada).
Es por esto que a veces me pregunto si soy yo el que está a destiempo y fuera de orden en este país, porque nada comienza a la hora que se ha convocado. Ni siquera las misas comienzan a tiempo.
Llegar temprano a cualquier evento o compromiso es arriesgarse a pasar 30 minutos en la soledad mirando hacia las paredes. Tenga cuidado en llegar temprano a un evento en un hotel o centro de convenciones: lo pueden confundir con un mesero.
La impuntualidad es un rasgo latinoamericano por excelencia. Del venezolano se dice que no llega a tiempo ni a su propio entierro. Los peruanos se quejan de que un "vicio nacional".
Acá en Panamá, la situación no es mucho mejor, comenzando por nuestros propios presidentes. Es realmente raro que un mandatario llegue en punto a una actividad. Por lo general lo hace entre 45 minutos y una hora después. Puede incluso tardarse más; pero el resto de los participantes no lo notan mucho, porque de hecho llegaron tarde media hora.
Y en realidad la impuntualidad sí se ha convertido en una institución en este país, y esto se sustenta en el hecho de que la gente ya ni siquiera se excusa por sus tardanzas. Encima de que llegan tarde, comienzan a apurar a los demás. Nos caracteriza una total falta de consideración por el tiempo de los demás. ¡Y ay de que le hagamos perder el tiempo a un impuntual!
Reflexionando sobre esto, no podemos más que concluir que gran parte de las deficiencias y metas no alcanzadas en este país se deben a este rasgo negativo en particular. Al no programarnos ni preocuparnos por realizar a tiempo nuestras responsabilidades, se acumulan más y más las tareas que terminamos dejando "para mañana", por más urgentes que estas sean.
Así no se puede avanzar; al menos no al ritmo que deberíamos o podríamos avanzar.