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Martín... ¡no tiene 21 días!

Julio César Caicedo Mendieta

Allá en Capira, desde los tiempos en que éramos Departamento, se alumbraban los huevos de gallina en la lámpara de querosene, para ver si tenían corona o no. Si tenían la sombra del embrión, se colocaban las posturas de tres en tres en unos capullos de maíz seco hasta completar dieciocho. Desde ese momento, se aguardaba pacientemente para ver qué gallina enculecaba para muy cuidadosamente colocar la camada en el nido y de desde ese momento se contaban los veintiún días del empollamiento.

La naturaleza es sabia, pero mi primo Martín siempre quiso congraciarse tratando de sacar los pollos antes de los 21 días. Aprovechaba cada cinco días cuando las culecas dejaban el nido por un minuto, a tomar agua y estirar las patas. Cuando la abuela lo veía descacarillando algún huevo le decía: Martín... no tiene veintiún días!

Siempre observé daños en las camadas, cada vez que se forzaban las aperturas de los huevos. Primero con el espantoso universo que recibe al polluelo que nace ciego hasta completar los 21 días y eso tiene su explicación. La naturaleza sabe que ese pollito adelantado no tiene recursos para nada y que si le proporciona la vista, se encontrará con el feo espectáculo de sus hermanos enhuevados, con un nido lleno de paja y mierda, y a su madre en el terrible trance de la culequería. Aún así, tendrá que esperar los 21 días pues ninguna gallina en el mundo abandona el nido hasta esa fecha. El huevo que no reventó quedó güero.

Martín...¡No tiene 21 días! Te va a salir un pollito mal formado ¡carajo!... Pero eso no era advertencia suficiente pues el primo continuaba tercamente, hasta que se dio cuenta que esos pollos salían poco volantones y permanecían por más del tiempo necesario corriendo a los llamados del gallo viejo, jamás se independizaban y menos servían para gobernar siquiera una parvada, tampoco como jefes de nada siempre soterrados a segundones, se trepaban de último al palo y cuando cantaban lo hacían temerosos con un eco retrechero, con cacaraqueos folleados que se dan en gallineros ajenos. El último canto era el de esos gallos machines, precisamente porque fueron precozmente reventados y nunca se atrevieron a cantarle al alba y menos a la media noche.

Recientemente han aparecido pollitos remontados en los rastrojos de Las Ollas y Trinidad, que desde que supieron la noticia que los gringos se iban largados de aquí, cantan cada vez que ladra un perro enteco. Los perros ladran débilmente:

¡ Jambre... Jambre... Jambre! Y los pollos gañoteros cantan fuertemente: Siempre ha sido asíiiiiiiiiiii.

 

 

 

 

 

 




 

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CREO SER UN BUEN CIUDADANO
Sin embargo, sin embargo, persisto en el manejo irresponsable de mi colegial


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