MENSAJE
Todo esta saliendo perfecto. hasta ahora
Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
La fiesta había sido
preparada minuciosamente. Habría limosine para llevar a los jóvenes
al hotel. Habría licor, por supuesto. Habría también
música rock, la música de los jóvenes. Y habría,
después, cuartos y camas para todos.
Becky Cranston, de dieciocho años de edad, flamante graduada de
la secundaria y con beca para la universidad, habló por teléfono
con una amiga desde el cuarto de hotel que compartía con cuatro jóvenes.
&laqno;Todo está saliendo perfecto, hasta ahora.» En eso, sin
terminar la llamada, una bala, disparada por uno de los estudiantes en estado
de ebriedad, le cortó el habla, y le cortó también
la vida.
En todas partes los jóvenes celebran el fin de curso y la promoción,
ruidosamente. Hay salidas a lugares de entretenimiento, hay bailes, hay
comidas, hay licores, y en muchas fiestas tampoco falta la droga. En la
fiesta de Becky había de todo eso. Y había además un
revólver.
Por uno de esos infortunios incomprensibles, un disparo fortuito dio
justo en el corazón de la joven. Podría decirse que nadie
tuvo la culpa, porque el acto no fue intencional. Y en efecto, no lo fue.
¿Pero podremos, con un gesto de indiferencia, decir que la ley
de la cosecha no tiene importancia? ¿Había necesidad, realmente,
de que tuvieran licor en la fiesta? ¿Había necesidad de tomar
y tomar hasta perder la razón? ¿Había necesidad de
andar con un revólver cargado? Seguro que no.
Nadie puede hacer caso omiso de leyes morales sin sufrir las consecuencias.
La ley moral: &laqno;Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas
6:7) opera en la vida de todos los hombres, de todos los tiempos y de todos
los lugares. Cuando uno es su propio amo y señor, es decir, cuando
Dios sale sobrando o es un estorbo, y cuando sus leyes eternas son ignoradas,
el error, el mal paso, la fatalidad, la calamidad, rondan a la vuelta de
cada esquina.
Más vale no presumir que vamos a poder evitar las consecuencias
de nuestras acciones. Nadie puede. Todo lo que sembramos, fatal e irremisiblemente,
cosechamos. No podemos eludir esta gran ley universal.
¿Por qué no aceptar el señorío de Cristo
en nuestra vida? Cuando Jesucristo es nuestro Señor, todos nuestros
actos aquí en esta vida producen bien, y reciben además la
gloria eterna. Cristo quiere ser nuestro Señor.


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