MENSAJE
Una piton en la casa
Hermano Pablo,
- Costa Mesa, California
El ofidio estaba allí,
manso, callado, tranquilo, descansando como lo hacía todos los días.
Había tenido ya su comida diaria: un conejo vivo que había
deglutido como saben hacerlo todos los pitones de Birmania.
Alejandro Henry, niño de nueve años de edad y dueño
de la pitón, jugando, le ofreció su pierna para que el animal
se enroscara. Y la pitón lo hizo, pero también abrió
la boca y comenzó a tragarse el pie. A oír los alaridos del
chico, acudieron los padres. Tuvieron que llamar a los bomberos para librar
al muchacho de la boca de la pitón. Ya le había succionado
media pierna.
¿Cómo se le ocurre a un niño de nueve años
de edad tener una pitón como mascota? Más aún, como
se les ocurre a sus padres permitirlo?
La crónica que dio esta noticia decía que la serpiente
era sólo una parte de la colección que tenía el muchacho.
Había iguanas, tarántulas, escorpiones, víboras venenosas
y murciélagos. Todos estos estaban allí sin permiso de las
autoridades. Por supuesto, le hicieron vaciar todas sus jaulas y limpiar
su cuarto de animales peligrosos.
¿Será posible que tengamos cohabitando con nosotros también
insectos y víboras mortales? No necesariamente pitones de Birmania,
o de la India o del Brasil. Pueden ser vicios y pasiones, o celos, odios
y venganzas que son boas constrictoras que en forma peor que los ofidios
de carne y sangre, apresan y muerden y trituran y tragan.
Cuando los vicios, los resentimientos y los odios primero entran en la
vida, esconden sus fauces traicioneras. Pero con el paso del tiempo, atrapan
de tal modo que es casi imposible librarse de ellos. Lo triste es que aunque
la víctima niega el dominio del vicio, poco a poco éste la
va consumiendo.
Hubo rescate para Alejandro Henry, y él fue salvado. Y hay también
rescate para el hombre o la mujer presos del alcohol, de la droga o de cualquier
pasión, no importa cuán fuertes o viejos sean esos vicios.
Es difícil pensar que podrá haber un día de completa
liberación, y ciertamente no podemos librarnos solos. Lo que necesitamos
es la ayuda de Cristo. Si nuestro vicio es más fuerte que nosotros,
Cristo es más fuerte que nuestro vicio. Él puede librar, limpiar,
sanar, regenerar y dejarnos completamente libres. Cristo es y será
siempre el supremo Libertador.


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