Fueron tres años de suspenso y angustia para Noel Pagán. Mil noventa y cinco días en que vivió pendiente de la vida o de la muerte de Marcos Weber, un joven a quien él había apuñalado en la calle. Si Marcos sobrevivía, su delito era agresión. Si Marcos moría, su delito era homicidio. Y Marcos estuvo en estado de coma tres años.
En ese lapso Noel Pagán rogó, suplicó, lloró, expuso argumentos morales y legales para que no le quitaran los tubos y aparatos de vida artificial a Marcos. La muerte del joven lo convertiría en homicida. Por fin, la familia de Marcos pudo más, de modo que le quitaron los aparatos, y el joven murió apaciblemente. Con eso Noel pasó a ser homicida. Inicialmente quiso matarlo; posteriormente quiso desesperadamente que viviera. ¡Mortal paradoja!
Siempre que se arrepiente uno de algo, es un arrepentimiento de lo que pudiera haberse evitado. ¿Qué habría pasado si la persona hubiera permitido que Dios y el tiempo sanaran ese resentimiento? El hecho nunca habría ocurrido.
Una joven, hija de un creyente en Cristo, fue matada a puñaladas por su esposo. No hay palabras para describir el profundo dolor que eso les causó a los padres. ¿Qué hizo el padre de la víctima? ¡Se puso a ayunar y a orar pidiéndole a Dios un espíritu de perdón para ese hombre que había matado a su hija!
El ayuno duró siete días. Al terminar el ayuno, ese padre fue a la cárcel donde se encontraba el asesino, y le dijo: "Yo no sé qué se te metió en la cabeza para que cometieras ese horrible crimen, pero quiero que sepas que Dios te perdona y yo también te perdono. Si me dejas ayudarte, haré todo lo posible para que encuentres tu propia paz espiritual y la armonía que tanto necesitas."
Antes de cometer el horrible delito por el que se derramarán después muchas lágrimas de arrepentimiento, pidamos al Señor que nos dé un espíritu de perdón. Supliquemos al Salvador del mundo que sea también nuestro Salvador. Entreguémosle el corazón, y Él nos dará la fuerza para vencer esa tentación.