HOJA SUELTA
Huele a fogón

Eduardo Soto P.
Muy poco bailo en los toldos, a la luz tres foquitos de 25 watts. Y no porque no me guste la música típica [un célebre acordeonista, que no menciono de nombre, para no meterme en su vida privada, juró hace 35 años frente a una pila bautismal que cuidaría de mí], sino por una fobia vieja que me tiene alejado de las procesiones, las filas en los bancos, las playas los fines de semana, los supermercados en quincena, aquellos cines atestados cada miércoles, las discotecas, y los desfiles del 3 y 4 de noviembre. Sí, soy alérgico al gentío. Lo único que soporto, y de lejos, son las tunas en carnaval, y eso por el mágico aliciente de las muchachas en pantalones cortos y las camisetas mojadas... ¡pegadas a la piel! Pero voy al pindín. Me gusta sentarme al tablón de la fonda para beber café o cerveza, dependiendo del color de mi ánimo, y comer lechón. Desde ahí oigo el ajetreo en la tarima, el tintineo de las botellas, y la voz de los cantantes. Pero lo que me arrebata y libera mi espíritu, más que cualquier distracción, es el humo, el humo del fogón. Desde la primera vez que fui consciente y por mi propio pie a uno de esos bailes (carnaval, Chitré, Yin Carrizo, 1978) adoro esa música, y las emanaciones de la cocina de barro me sedan. Lo interesante es que cuando me llega el aroma de la leña ardiendo bajo una olla de sancocho o jarrete guisado, me transporto al campo, al valle de Pesé en Herrera, donde nació mi madre, hace tanto, y de donde salió a los 9 años para no volver. Me la imagino corriendo en verano para la casa del cerro, comiendo caña y cosechando quimbolitos. Todo lo que tenga que ver con el interior, desde las tinajas y changas, hasta las cutarras, el güichiche, los almojábanos o el pellejo de pollo relleno con puerco y arroz, para mí tiene una relación directamente proporcional con el aroma de mis memorias, color verde. Por eso estoy tan a gusto con el suplemento folclórico que preparamos con un grupo de amigos, y que hemos de dar a luz a partir del jueves que viene, y estará en la calle cada 15 días. Es un producto que huele a fogón, como el diario Crítica mismo. Y estoy feliz porque estoy encontrando las huellas que dejó mi padre, quien tenía el programa "Mediodía interiorano" en la antigua y sinigual Radio Mía, allá por los años sesenta. Estamos integrando una serie de contactos con ese mundo de las cantaderas, las curachas de pueblos, los "aristócratas de la molleja" como Ulpiano, Dorindo, Nenito, Sammy y Sandra, Osvaldo, Ninín, Edwin, Manuel de Jesús, Nina, los dos Alfredos, Christian y tantos otros. Es un momento agradable eso de abrirle la panza a la cultura y sacar un bebé como el suplemento "Nuestra tierra", que será del pueblo, y donde estamos encontrando alegría, parranda, docencia, historia, y las bases de nuestra tradición panameña, que no tiene igual en el mundo. ¡Salud el'ijo!
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