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HOJA SUELTA
Limpios

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.

Hay una bruja horrenda y mala que agobia a la mayoría de los mortales de esta tierra: la quincena. Es un ente omnipresente que no tiene manos, pero ahorca; no tiene pies, pero patea; no tiene dientes, pero muerde las vísceras. Mientras más se acerca, más asfixia.

Sólo hay dos tipos de gente a quienes les importa una zanahoria la quincena: los muy-muy ricos, y los muy-muy pobres. Para ellos los días quince y treinta son lo mismo que un diez o un 23. Para unos nada cambia, porque la refrigeradora siempre está llena; para los otros, el calvario sigue igualito... total, no tienen ni nevera.

En el medio de esas dos tapas de pan, hay un grupo que es algo así como carne de hamburguesa, molidita y poco condimentada, con un poco de cada cosa y mucha grasa sobrante: la clase media.

Para esta gente la quincena es parecidísima a un enema: un cheque liliputiense entra por un lado de su vida, y por ahí mismo sale un chorro milagroso para pagar casa, comida, escuela, agua, luz, teléfono, medicinas, transporte y, si sobre algo, diversión para los niños.

De ropa, ni hablar. Vacaciones, ¡uf!, olvídenlo.

Como consuelo en la mayoría de los "hogares hamburguesa" encontrarán un chancho de plástico, con una ranura en la espalda, y varios cientos de centavos dentro. Padres e hijos calculan su peso de vez en cuando, con la intrépida intención de engañar el alma, y se dicen optimistas: "la cuenta de banco esta vacía, pero el puerco está que revienta".

Hasta que uno de los chiquillos coge el cuchillo de pan, y empieza a sacar moneditas.

Pero lo malo de la quincena no es el día de pago en sí, sino las 120 horas anteriores. Es un período de sequía y menester. En esta curva las madres solteras rompen a llorar, porque no hay nada peor que haber parido hijos y no poder llevarles el pan a la boca. Saber que dentro de algunas horas llegará el cheque les hace pedir prestado (fue así como nació una de las cinco mentiras de los panameños: "te pago pa' la quincena"), o deciden cosas peores, porque justamente en este periodo todos los papás que han conseguido para los chiquillos se hacen humo.

¡Ejem!, tal vez la presidenta, como mujer y madre soltera, esté sintiendo estas mismas cosas ahora. Si se me permite la comparación, y a lo mejor peco de candoroso, debe ser una tortura para ella que muchos panameños no tengan qué comer... ¡Ojalá no le dé por vender el alma al diablo por un pedazo de pan!

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